del realismo al vacío
La Telaraña en El Mundo.
La filosofía siempre transitó burdeles y universidades. Ahora viaja –de precario- en autobuses y hasta se arranca togas y birretes para lanzarse al ruedo de las marcas comerciales y las patentes. Eso sucede en la UIB. Su presencia transciende las aulas, los atriles y los túneles del subterráneo para bregar allí donde cualquier problema –y el gasto de solucionarlo- precise de justificación y análisis. Una bicoca.
No sabemos, sin embargo, si la educación que imparte está a la altura de los dentífricos, bebidas isotónicas, patés y galletas que comercializa. Será que los tiempos están cambiando y es la hora del proteccionismo. El ministro Sebastián desconfía de los bancos, pero quiere que viajemos a Sierra Nevada en vez de a Los Alpes. No hay color. Vicens podría darle clases mercantiles, Antich recordarle la belleza del Galatzó, Munar la de Son Oms y, todos juntos, llevarle de romería hasta La Real. Qué menos.
Quizá la globalización sea sólo un estado de ánimo, una hipótesis que se sostiene en el aire sin ocultar su apego al naufragio. Se hunde, pero a ratos. Días atrás enloqueció Google y empezó a dar errores de espionaje en las búsquedas. A su vez, Telefónica me impedía acceder a YouTube y a su sobredosis de realidad, esos picos fragmentados y escuálidos donde el tiempo se detiene sin que luego ocurra nada. El realismo siempre conduce al vacío. ¿Mal lugar? Pues no sabría decirles.
La filosofía siempre transitó burdeles y universidades. Ahora viaja –de precario- en autobuses y hasta se arranca togas y birretes para lanzarse al ruedo de las marcas comerciales y las patentes. Eso sucede en la UIB. Su presencia transciende las aulas, los atriles y los túneles del subterráneo para bregar allí donde cualquier problema –y el gasto de solucionarlo- precise de justificación y análisis. Una bicoca.
No sabemos, sin embargo, si la educación que imparte está a la altura de los dentífricos, bebidas isotónicas, patés y galletas que comercializa. Será que los tiempos están cambiando y es la hora del proteccionismo. El ministro Sebastián desconfía de los bancos, pero quiere que viajemos a Sierra Nevada en vez de a Los Alpes. No hay color. Vicens podría darle clases mercantiles, Antich recordarle la belleza del Galatzó, Munar la de Son Oms y, todos juntos, llevarle de romería hasta La Real. Qué menos.
Quizá la globalización sea sólo un estado de ánimo, una hipótesis que se sostiene en el aire sin ocultar su apego al naufragio. Se hunde, pero a ratos. Días atrás enloqueció Google y empezó a dar errores de espionaje en las búsquedas. A su vez, Telefónica me impedía acceder a YouTube y a su sobredosis de realidad, esos picos fragmentados y escuálidos donde el tiempo se detiene sin que luego ocurra nada. El realismo siempre conduce al vacío. ¿Mal lugar? Pues no sabría decirles.
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