la realidad y los símbolos
La Telaraña en El Mundo.
Está la realidad y están los símbolos. Desmenuzarlos no es fácil y puede que tampoco recomendable. El espectáculo del vacío nos horroriza. Es aburrido y monótono. Impropio y estrafalario como una torre de humanos descalzos –los Castellers de Mallorca, por ejemplo- alzándose hacia el cielo de Cort en su versión, en lengua única, de Babel. Siempre se acaban desplomando.
Pero es la hora del recuento. La elocuencia temible de un pastor evangelista, la voz pasmosa de Aretha Franklin y un poema final de Elizabeth Alexander le valieron a Barack Obama para humanizar la fría faz del poder. El poder fascina y hasta muda las palabras, pero el hechizo, por suerte, fue transitorio y no logró hacerme olvidar la noche aciaga de San Sebastián, la que inicié resbalando bajo la lluvia y acabé, en casa, viendo cómo las chicas de IB3 emitían su propio bullicio como si fuera el de todos. No lo era.
Las palabras juegan con nosotros, se introducen en el cerebro como si fueran ideas para, sin serlo, tender puentes colgantes, viscosos hilos donde la realidad se mece como suspendida. Ahora repaso, como un autómata, los nombres de Obama y su vicepresidente, Biden, y la fonética me evoca su envés en las tinieblas, Osama Bin Laden. Igual debería pasarme con los nombres de nuestros pequeños gobernantes, Antich, Munar, Calvo, Armengol o Barceló. Pues no. No me evocan nada de nada. Qué raro.
Está la realidad y están los símbolos. Desmenuzarlos no es fácil y puede que tampoco recomendable. El espectáculo del vacío nos horroriza. Es aburrido y monótono. Impropio y estrafalario como una torre de humanos descalzos –los Castellers de Mallorca, por ejemplo- alzándose hacia el cielo de Cort en su versión, en lengua única, de Babel. Siempre se acaban desplomando.
Pero es la hora del recuento. La elocuencia temible de un pastor evangelista, la voz pasmosa de Aretha Franklin y un poema final de Elizabeth Alexander le valieron a Barack Obama para humanizar la fría faz del poder. El poder fascina y hasta muda las palabras, pero el hechizo, por suerte, fue transitorio y no logró hacerme olvidar la noche aciaga de San Sebastián, la que inicié resbalando bajo la lluvia y acabé, en casa, viendo cómo las chicas de IB3 emitían su propio bullicio como si fuera el de todos. No lo era.
Las palabras juegan con nosotros, se introducen en el cerebro como si fueran ideas para, sin serlo, tender puentes colgantes, viscosos hilos donde la realidad se mece como suspendida. Ahora repaso, como un autómata, los nombres de Obama y su vicepresidente, Biden, y la fonética me evoca su envés en las tinieblas, Osama Bin Laden. Igual debería pasarme con los nombres de nuestros pequeños gobernantes, Antich, Munar, Calvo, Armengol o Barceló. Pues no. No me evocan nada de nada. Qué raro.
Etiquetas: Artículos
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home