LA TELARAÑA: de pirámides, palacios y sueños

sábado, mayo 30

de pirámides, palacios y sueños

La respuesta al debate -¿Cree que Cort y el Govern podrían haber evitado la paralización del Palacio de Congresos?- en El Mundo.




No. «Una tarde, camino de su casa, la niña pensó que tenía que protegerse de los bombardeos. Por eso abrió su paraguas», escribió Jesús Zomeño en Lengua Azul (V Premio Cafè Món, Editorial Sloper), y aunque nada diremos sobre el contexto de la frase –ni sobre sus derivaciones gramaticales o su hermosa ortopedia poética- sí podemos utilizar el previsible desenlace físico de la acción que se nos narra, como una metáfora urgente –una metáfora de guardia- para auscultar, aunque al trasluz, el singular talante de este gobierno que nos gobierna. Eso dicen.

Las ideas ajenas –máxime cuando son enormes y puede que, además, enormemente estúpidas- son sólo eso. Constelaciones en las que para inmiscuirse hacen falta una serie de requisitos previos; acaso un código secreto, un talismán identificativo o una percepción extrasensorial más allá de las leyes comunes. Nada de eso –ni un ápice- podemos exigirle a Antich o a Calvo. Tampoco al Grupo Barceló ni a los 300 trabajadores que están a punto de engrosar las filas del paro, esa quieta columna sobre la que el gobierno parece querer echar tupidos velos en forma de sesiones de risoterapia, cursillos de laicidad y demás ungüentos mágicos –o filológicos- en las canteras prehistóricas y acomodaticias de los sindicatos.

Y sin embargo, con un proyecto sólido, algo de intervención divina o alienígena y no poca añagaza esotérica –la fe no mueve montañas, pero sí escombros- se puede construir cualquier cosa. La Gran Pirámide, por ejemplo. Allí, al sol de la necrópolis de Guiza, unas veinte mil personas tuvieron trabajo –bastante trabajo- durante unos veinte años. O más. No sé si la orilla occidental del Nilo, esa fachada con vistas a la muerte, tiene mucho o poco que ver con la fachada marítima de Palma ni si la eternidad de los sueños de un mausoleo funerario rima de algún modo con los de un Palacio de Congresos. Quizá sí. ¿Quién sabe de qué material palpitan los sueños?

Construir sobre arenas movedizas tiene tanto encanto –y dificultad- como escribir en la arena. Poco importa si de improviso, tras un parpadeo o un golpe del azar, todo queda en material de derribo, en recuerdo o espejismo, en ruina, huella, nada. Ese es un desenlace lógico –y asumible- para un gobierno dado a los palos de ciego, las idas y venidas, los rodeos y las vacilaciones. La lujuria del quiero y no puedo. Puro material literario.

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