LA TELARAÑA: fútbol es fútbol

sábado, agosto 22

fútbol es fútbol

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Está de acuerdo con Gregorio Manzano en que debe ser el entrenador quien fiche y no el propietario del Real Mallorca?



, pero la digresión carecería de sentido si no la ubicásemos, desde el principio, correctamente. No estamos hablando de política ni de economía. No estamos hablando de mediocridad contable, de física o química nacionalista -ese sulfúrico vacío- ni de los mecanismos automáticos de la división del trabajo y de la universalidad de la usura. Tampoco de sociología o paleontología tribal. No hablamos de arquetipos reciclables de sexo, raza o lengua. ¿Qué lengua? No hablamos de violencia de género, ese caos gramatical, ni de reconstrucción social, esa tierna utopía. No hablamos de cultura, arte o subvenciones. Tampoco de la insostenible corrupción o de las modas pasajeras que convierten a cualquier gilipollas en el joker de la modernidad. No. Estamos hablando de algo mucho más importante. Estamos hablando de fútbol. Casi nada.

El poder, siempre fiel a su marmórea estructura piramidal, suele empezar a tambalearse cuando le alcanza de lleno el difuso terremoto de la pasión y, entonces, su centro de gravedad -siempre lo más a ras del suelo posible- empieza a revolotear de aquí para allá, de cántico en cántico, de grada en grada y hasta de alarido en alarido. No se celebra el éxito irrepetible, pero repetido, de un gol sólo porque el balón haya volatizado las redes, no. Nos tiene, además, que helar el corazón, fumigar el cerebro, enervar la sangre. Nos tiene que enloquecer, siquiera un momento. Un instante donde nada importa salvo el trastorno.

El problema es que de la realidad al deseo (de la realidad de las cosas a la realidad del deseo) suele mediar un largo trecho, un hondo desfiladero por donde se pervierten los sentidos y se mediatiza lo poco de libre y auténtico que aún nos queda: la ilusión, la lujuria y pasión intermitentes, la naturaleza humana y animal, demasiado humana y demasiado animal, del hombre y la mujer. Todo lo demás son boberías.

Y aquí es dónde empieza el juego. Gregorio Manzano tiene todo el derecho del mundo a exigirle a la propiedad -esa entelequia que, en el mejor de los casos, y no siempre, lo único que posee es la vulgaridad del dinero- la materia prima exacta que necesita para sacar adelante el equipo de sus sueños. Y procurar, además, que sus sueños coincidan con los nuestros. Porque si no es así, la afición volcará sus pañuelos blancos de guerra contra el circunspecto palco. Y se habrá acabado lo que se daba.

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