Inventario del ruido
La Telaraña en El Mundo.
Suena un timbre, pero su estribillo me llega tan distorsionado que ni me inmuto. Afuera, unos operarios se balancean, entre las grúas y los árboles, trenzando los cables de la luz navideña. Vuelve a sonar el timbre. Si me molestase en atenderlo quizá me diera de bruces con el acalorado notario de Munar dándome fe de algún asunto de estado: las cajas fuertes atrancando ascensores en mitad del vacío, las direcciones fiscales compartidas o, mejor aún, el asombroso maquillaje de la corrupción. Pero ni caso. Creo que el cartero siempre llama más de dos veces.
Ahora el aviso parece llegar desde Facebook. Se ha creado un grupo pidiendo la dimisión de Munar. Como me atrae lo inútil, me apunto rápido, para constatar, al rato, que no somos ni cien los ilusos. Aún es pronto, pienso, mientras en un foro amigo de Internet, una contertulia de filo nacionalista alza su propio Muro de Berlín sobre mi nuevo poemario -lo presento en Valencia, el día 19- porque le irrita mi sarcasmo para con la corrección política. Prefiero seguir así. Esos cepos y sogas son más ruidosos que efectivos.
Suena el timbre y ya no sé si suena para mí o para todos. Hay algo inquietante en este ignorar de dónde procede el peligro. ¿Qué peligro? ¿Cuál? Yo sólo veo a un hombre solo, algo inclinado sobre el teclado, intentando componer una extraña melodía que sabe que, aún siéndolo, no es suya, sino de la Realidad. De todos.
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