LA TELARAÑA: Los cánticos de las sirenas

sábado, noviembre 7

Los cánticos de las sirenas





No. La espiral de tópicos en que vivimos -no importa si en su interior o si dando vueltas por sus rotondas exteriores: la sensación de extravío es la misma- nos acaba convenciendo de que el mundo es un lugar complejo pero simple, divertido, catastrófico y hasta laxante, un curioso entramado de causas perdidas y de relaciones efímeras donde las conexiones parecen querer durar para siempre pero se disuelven, como azucarillos, a las primeras de cambio. O a las segundas.

La historia se repite. ¿Qué responsabilidad tiene Mateu Alemany si los Martí Mingarro le prometieron el oro y el moro y le firmaron los pagarés correspondientes sin que parezca haber voluntad ni fondos con que afrontarlos? Ninguna. El mercado dicta las reglas de su juego elíptico, pero el balón no deja nunca de rodar por las laderas. Ya arbitrarán su desenlace los tribunales, si procede. Toca volver a empezar sin apuntalar el rumor -como en la rondalla, con brisa isleña, del tobillo de Ronaldo y un pobre diablo metido a brujo: el desvarío tribal de la superstición- de que alguna maldición acecha a la propiedad de Real Mallorca. Obviaremos esa tesis mientras el equipo funcione. Y ya lleva años instalado en el milagro. Que dure, aunque nos aburran las añagazas, las letanías, los ritos patéticos del hechizo.

Mientras tanto, unos y otros acaban de poner el grito en el cielo por la intención fiscal de acabar con la Ley Beckham. Hacen bien. Los que deberían tributar a lo grande son los políticos, con sus soldadas oficiales y sueldos privados, sus dietas y su afición eterna a turnarse en los consejos administrativos de las más importante empresas. Ya podrían Antich y Manera aligerar los presupuestos de tanto peaje mercantil y lingüístico, tanto carril ilustrado, tanto maquillaje superfluo, tuneado y maniqueo.

Pero los cantos de sirena nos seducen. Le pasó a Alemany, pero la inmunidad metafórica no está al alcance de todos. Tampoco de Florentino, y su palco abierto al césped en llamas de la especulación, o de Laporta, y su farsa independentista de antorchas humeantes y banderas -como amantes de usar y tirar- en mitad de la noche de los tiempos o en el Medioevo de las ideas. A Diógenes le bastó con un quinqué para demostrar que si resulta hermoso buscar un imposible -la verdad de un solo hombre, por ejemplo- mucho más lo es hacerlo sin intención alguna de encontrarlo. Por supuesto.

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