LA TELARAÑA: La cuadratura del círculo

sábado, noviembre 14

La cuadratura del círculo

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Cree que Munar debe dimitir como presidenta del Parlament por la imputación de Can Domenge?



Sí. El lunes, a las nueve y media de la mañana, algunos palmesanos podrán pasarse por su ciclópea farmacia de guardia para hacerse, al fin, con la misteriosa vacuna contra la evanescente Gripe A, esa pandemia de la que todos hablan como si no fuera con ellos -ni con nosotros- y fuera un invento de las farmacéuticas, de las corporaciones futuristas y sostenibles del Apocalipsis, de los políticos aburridos de la crisis económica y hasta de las campañas -campanillas- en pro de la masturbación una, grande y libre. Qué gusto. Mente sana en cuerpo sano y viceversa. O al contrario.

Esta lepra no puede ser de este mundo -¡como si no hubiera otros!- y si se nos cae la piel a tiras es sólo a imagen y semejanza del ambiente general de claustrofobia. Una alucinación colectiva. Una reacción mecánica de autodefensa. Un guiño grotesco a la clase política -esa cosa- que nos gobierna y cuida de nosotros, que vigila nuestros humos y humores, que nos ausculta el correo, el teléfono, la cuenta corriente y quién sabe qué más o qué menos. Vivan los parásitos, los virus y las amebas, las teas humeantes de la Inquisición, la noche oscura del alma, el rostro clonado del nacionalismo en la sábana santa y transgénica de la realidad. O así.

Otros, sin embargo, podremos acercarnos hasta el Tribunal Superior de Justicia -en los aledaños modernistas del Gran Hotel y su tiempo detenido- para ver si María Antonia Munar ha cumplido, a hora tan precoz, con su diario ritual estético, su sesión de peluquería, su maquillaje anti edad y stress, su puesta de punto en largo, su almuerzo notarial y sumarísimo, frugal pero acaso tan mugriento como el grumo lapislázuli de una barra de labios o una mascarilla Max Factor, su disfraz de acerada alumna, displicente, cataléptica, gótica de Costix y la Mallorca profunda, ante el examen, quizá parcial y acaso no definitivo, en las aulas frías y distantes, asépticas, donde la Justicia celebrará -eso se espera- su lento regreso a la cordura, al rigor y a la ecuanimidad. Ya era hora.

Pero no hay que hacerse demasiadas ilusiones. Munar no dimitirá salvo si la juzgan, la encuentran culpable y la encierran, después, entre las cuatro paredes del reposo forzado. Que así sea, si así ha de ser, pero antes hay que cuadrar los balances. Los de Can Domenge, primero, y los otros, después. Una labor tan ingente como la cuadratura del círculo. O más.

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