El poder del ombligo
La Telaraña en El Mundo.
No bromeo. Cada día que pasa me siento más País, más Nación y hasta más Estado. Tengo mi propia lengua y, además, no me la muerdo nunca. Tengo, también, mi propio territorio, con sus fronteras y cañadas, sus arrabales asépticos, sus fosas éticas y sus vistas, a menudo, prodigiosas, su peaje más o menos consciente al paso marcial del tiempo y sus achaques, el lento diagrama de la decrepitud marcando una discreta línea quebrada con puntos rojos, verdes, áureos o azules: todo el arco iris a mi entera disposición dejando entrever los instantes de placer o dolor, de memoria u olvido, de sueño, de alegría, de ternura, de soledad, de silencio.
Tengo, además, mi propia Constitución, más fornida y resuelta cuanto menos la pongo a prueba. Y hasta mi propio Ejecutivo que, aunque algo voluble -a veces se deja embaucar por cualquier deseo pasajero- sí acude en mi ayuda cuando más lo necesito. Ahora, por ejemplo, entre estas líneas -aparentemente herméticas- que escribo para expresar lo que, aún, ni siquiera imagino.
Resulta agradable dejarse llevar por las palabras y su música. Convertir al lector en el único cómplice de la danza y en el único artífice de su desenlace. Por eso, hoy, no me referiré a la actualidad exterior. Desde que soy País, Nación y hasta Estado -huelga decir, que muy independiente y, por supuesto, soberano- sólo me interesa el inmejorable aspecto de mi ombligo en el espejo.
Etiquetas: Artículos
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