LA TELARAÑA: La ciudad de los horrores

sábado, enero 16

La ciudad de los horrores

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Debe aprovechar el Govern la paralización de Son Bordoy para reducir las viviendas?


No. El lugar en que vivimos -llamémosle la ciudad, el barrio, el ático, la parcela, el lodazal, la chabola, el zulo, la cueva, el nicho o, en definitiva, la tierra- es, desde siempre, el campo de batalla y el sitio físico del asedio, la demostración más palpable de que algún gen con aires de dominación y arraigo nos arrancó del orgulloso y altivo nomadismo para convertirnos en risibles propietarios feudales de algo que, por lo que fuere, se nos deshace como polvillo de nieve o nada entre las manos. No hace falta que sobrevenga un terremoto haitiano, con su correlativa sucesión adjunta de tsunamis y su infinita y macabra contabilidad fúnebre, para darse cuenta de ello. Tampoco es preciso perderse -no, al menos, aquí y ahora, no hoy- por los arrabales de la perversión ni recabar, como por sorpresa, en el histórico afán territorial de los nacionalismos, esa ideología primitiva, tribal y depredadora. Hoy -ya lo dije- no quiero caer y ni chapotear, siquiera, en la escatología soez y subterránea de las aguas muertas. Sus moradores me importan muy poco. O nada.

El problema está en otra parte. El paisaje se nos está derrumbando -si no es ya pura ruina- con su alud de aristas catastróficas y volúmenes insostenibles, su red obcecada, pero transparente, de barbarie, no sólo consentida sino, también, promocionada. Basta con echarle un vistazo y observar, como por descuido, el horror pétreo de la actual colmena, constatar su deterioro, advertir su camaleónica sumisión a los sucesivos planes urbanísticos y palpar, aunque sea con desencanto, su eterno peaje hipotecario al oleaje de la especulación inmobiliaria y al pésimo gusto estético, en fin, del dinero por sobre todas las cosas.

No me siento hoy -ya lo dije- con ánimo de escarbar más allá de lo obvio. El Govern se ha mirado en el espejo y se ha horrorizado con su propio aspecto de constructor enloquecido. Ahora le toca variar el recuento y suavizar el perfil. Hacer contrición. Evaluar opiniones. Contabilizar viviendas y catastros. Arremangarse la camisa de fuerza y redefinir, si sabe, los objetivos. El parque urbano ya está repleto de pisos vacíos que buscan un comprador que, al parecer, no existe. En Son Bordoy, por lo tanto, no se trata de reducir viviendas. Se trata, más bien, de hacer otra cosa. Tengo en mente algunas maravillas, pero no soltaré prenda. A ver qué se les ocurre a esos genios.

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