El apagón analógico
La Telaraña en El Mundo.
Es posible que hoy, al filo del mediodía, su televisión se quede como desangelada y vacía, desarmada e inútil como un vigía ciego escrutando el paisaje a través de una infernal borrasca de nieve. No tendrá a su alcance, entonces, más vistas que las de un telón de píxeles fundiéndose en la nada. Pero no se apure. Aunque la experiencia le pueda parecer nueva, no lo es. El mundo no desaparece porque usted deje de verlo. Ni al contrario. Y además, igual le conviene tomarse unas vacaciones, darse una tregua de tanta realidad a dosis forzadas o, quizá, dársela, es un por decir, al mundo. ¿Por qué no?
Lo mismo hacen los recuerdos en nuestra mente. Se transforman. O las células al renovarse sin pausas. Se suceden. Lo mismo hace la vida -reemplazar lo viejo por lo nuevo para que la escena no cambie- con su rosario de grandezas y miserias que, en realidad, son siempre la misma cosa. Una exhibición vana. Un espectáculo prescindible. Algo que pasa y se olvida, aunque deje, a veces, su huella o su herida.
No importa, pues, que corra a por un descodificador digital. Ni que se conecte a Internet o a su página en Facebook para cerciorarse de que sus amistades le siguen siendo fieles. Ahí siguen y ahí seguirán hasta el fin de los tiempos. Sólo preocúpese si, por algún curioso motivo, añora -más allá de un mohín nostálgico- el Canal 33 o el Súper 3. Si es así, hágaselo mirar. Podría ser algo grave.
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