LA TELARAÑA: El cubo de Rubik

sábado, enero 2

El cubo de Rubik

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Cree que el nuevo parque de la fachada marítima de Palma es viable con el antiguo edificio de Gesa en pie?




Sí, pero no es fácil explicarlo. Hubo un tiempo en que la arquitectura y, en general, las artes, buscaban la armonía sin renunciar, a veces, al énfasis solemne de la aparatosidad, al simbolismo del oasis en pleno caos generalizado o a la simetría como única forma de reproducir -puro artificio- el etnocentrismo en la naturaleza. Ahora todo eso ha caído en desuso. No hay presupuesto para pirámides faraónicas ni talento para una nueva Capilla Sixtina; se prefiere un adefesio como el Bou de Calatrava marcando a hierro la línea quebrada de la muralla de Palma (sobre Calatrava podríamos listar un surrealista catálogo de esperpentos, sobre todo, en la ciudad hermana de Valencia) o un refrito de barro nutricio en mitad del gótico aéreo de la Seo para ponerle, luego, la rúbrica de una firma de prestigio, una referencia cultural de corta y pega y aquí paz y luego gloria. Viva la impostura del postizo y la sospechosa fragancia de lo efímero y fragmentado.

Será que la posteridad no puede esperar y que una obra bien hecha sobrepasa el breve y tortuoso umbral de sostenibilidad en que se ahogan -ahogándonos- los nuevos mecenas de hoy en día: Zapatero y su corte de artistas de la ceja o Antich (como antes Matas y siempre Munar) y su cofradía litúrgica de adjuntos bárbaros, postnacionalistas y metalingüísticos.

Con todo, el ojo humano acaba viendo lo que desea ver en lo que hay, acaba escogiendo, de entre los perfiles del horror, el que más le gusta o menos le repele, acaba parpadeando y dando respingos (de lujuria, se supone) para no caer amordazado por la incontinencia y la desidia. Hay que sostener la hecatombe con el simulacro de una mirada firme y desafiante y, así, evitar el derrumbe o posponerlo, al menos, hasta que ceda la tormenta y llegue, tal vez, si no la cordura, sí unas próximas elecciones que lo cambien todo para que nada cambie o así o peor. En cualquier caso, no hay demasiado tiempo para tomarse nada en serio. Y mucho menos, las obras coyunturales de una fachada que sólo desea cubrir el lodo para ocultarlo. O contenerlo. Por eso, el edificio de Gesa, ese cubo de Rubik en pleno vergel tropical, resulta no sólo imprescindible sino ejemplar. Dado el éxtasis colectivo y el hervor burbujeante de la memoria histórica, dejarlo ahí, impertérrito, lo convertirá en símbolo salvaje de la zafiedad política actual. Un monumento ebrio a la corrupción.

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