LA TELARAÑA: El color de la aguanieve

viernes, agosto 20

El color de la aguanieve

La Telaraña en El Mundo.



Al final, de tan conocido, el paisaje se diluye como aguanieve. Es lo que tiene permanecer en un sitio demasiado tiempo y recorrer las mismas calles con la esperanza de que sean otras. No lo son. Es algo tan inútil como salir de noche a buscar chinos. No los hay.

Me los encuentro, sin embargo, vendiendo zapatos de cartulina en bazares con luces de neón o invirtiendo fortunas en las tragaperras con el desapego que da usar un dinero que parece salir de un fondo común. Son muy raros estos chinos. Son muchos, pero siempre son el mismo y acaban diluyéndose de tanto repetirse. Como la aguanieve. Jamás les oí hablar catalán. Será que las dictaduras lingüísticas no van con ellos o que ya están muy escaldados como para ocuparse, ahora, por los desvaríos de los fanáticos de alguna lengua menor.

Donde sí los veo, a veces, es junto a las ruinas del Palacio de Congresos, esa obra lenta –que a Grosske le da pavor y no nos extraña- donde nunca pasa nada y hasta el polvo gravita sin inmutarse, como si una niebla ancestral hubiera tomado el lugar para protegerlo de males mayores. Quizá esa quietud les convoca, tan dados, como son, a la contemplación –y al vacío, aun en obras- pese a que no sea de noche y haga un calor de mil demonios. A ver si se enteran Ordinas y Roca. Los chinos no están tan pálidos porque salgan, sólo, de anochecida, sino porque ese es su color natural. Tenue, como la aguanieve.

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