LA TELARAÑA: Fumar era un placer

viernes, noviembre 19

Fumar era un placer

La Telaraña en El Mundo.


El dos de enero será un mal día para los que aún fumamos y no tenemos –mientras el equipo médico habitual o los observadores internacionales de la OCB, que todo se andará, no se opongan- ninguna intención de dejarlo. El tema puede parecer baladí, pero qué va. He visto multitudes, laceradas y ateridas, fumando en los zaguanes gélidos de Berlín, París o Londres. Pronto las veremos en Palma, aunque el frío no sea tan extremo. Pero no es un consuelo.

Hay una perversión inaudita en cómo el Estado trata lo público y lo privado en este añejo asunto del fumar, ese placer o agonía, ese lento o rápido suicidio, esa brisa de paz e inspiración ante el ajetreo diario o el vacío demoledor de la página en blanco.

Un espacio público es una propiedad del Estado. Un hospital, una escuela, la cola preñada del paro o la celosía selectiva de Hacienda, insuperable, por cierto, en su afán por convertir la cajetilla en un lujo. Pero no mi casa ni un bar cualquiera. Mi casa porque es mía. Y el bar porque es de su dueño, y si él quiere que ahí se fume, no ha nacido aún –o, por lo visto, sí- la ley capaz de mudar sus lares en un lugar sin más humos que los del capricho, la salud y la asepsia impuestas. Cuando ilegalicen el tabaco tendrán toda la razón de su parte –y hasta mi bendición, si procede- pero, hasta entonces, lo suyo es sólo doble moral y fuegos de artificio. La usura totalitaria de la uniformidad.

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