LA TELARAÑA: Las ruinas de un sueño

sábado, noviembre 13

Las ruinas de un sueño

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Está de acuerdo con que Cort promueva demoler el Lluís Sitjar?


No. Hace más de diez años que el primer equipo del Real Mallorca abandonó el Lluís Sitjar y más de tres que se apagó, definitivamente, el rumor formidable de sus candilejas. Desde entonces, nadie parece haber sabido qué hacer con ese estadio -que fue el de nuestros sueños y ahora es como un fantasma herido de muerte y tendido al sol, una ruina de hierros retorcidos y gradas devastadas, una selva de pequeños matorrales y gigantescos abrojos- donde, de niño, me dejé, tantas veces, la voz y la mirada. Allí sentí, además, la emoción de pisar, por vez primera, el césped, aunque fuera, creo recordar, con motivo de uno de esos juegos florales del 1 de Mayo, o de alguna otra fecha similar, en que los escolares dibujábamos los estúpidos arabescos de una geometría vulgar, absurda y simétrica, muy acorde, por cierto, con el ambiente de aquellos años. O quizá con su ausencia.

Allí también, ya con el carné de socio infantil, asistí a bastantes partidos de gloria, sufrimiento y tedio, un enloquecido 4-6 frente al Granada, un par de derrotas contra los de siempre, el enorme partidazo que se marcó «Chango» Díaz –mi ídolo durante algunos meses- en un amistoso contra el Liverpool, algún ascenso, sus correspondientes descensos y no pocos escándalos, en forma de agrias pañoladas, contra los desastres sucesivos en el campo, en el banquillo y, cómo no, contra la hecatombe permanente en el palco. (Una chica joven, con la vejez escondida en la mirada, me detiene y me pregunta si puedo ayudarla. No puedo. Nadie puede, le digo en voz baja y, sin embargo, le alargo un par de monedas, para que me deje a solas con mis recuerdos. Lo hace.)

Es aquí, y ahora, cuando aparece Aina Calvo con su sonrisa incierta, sus reuniones a tantas bandas como el billar del Pacte le permite, que ya no son muchas, y sus urgencias secretas de demolición inmediata. Diríase que la mujer que convirtió Palma en un laberinto de carriles para las bicicletas de sus sueños –no es guasa, aunque lo parezca- quiere despedir la legislatura acabando con algo, con cualquier cosa, con la Playa de Palma, con el Plan General o el Parc de Sa Riera, con el tranvía a ninguna parte y a todas, con el Lluís Sitjar, con lo que sea. Será que ya empieza a sentir el temblor último de los meses, los días y las horas de una legislatura que, sin duda, acabará también, políticamente, con ella.

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