LA TELARAÑA: El columpio de Fragonard

lunes, enero 3

El columpio de Fragonard

La Telaraña en El Mundo.


Pese a la dudosa ceremonia de la alegría general, las algaradas callejeras e incendiarias de unos pocos, la víspera, y la eclosión ensordecedora de los petardos -hay costumbres que les debieran explotar a algunos en sus tímpanos y no en los ajenos-, el cambio de dígitos en los calendarios pasa tan leve y bizantino -nada que ver con el traslado a Son Espases- que casi ni se nota. Al amanecer todo vuelve a ser lo que era y las horas van reciclándose, como pliegues de un acordeón resacoso, para repicar su habitual melodía. Ya conocemos su letra.

Así es, como si cruzando algún puente suntuario, voladizo e inútil de Calatrava, que nos plantaremos en un día como el de hoy -ya laborable- intentando prender el último cigarrillo en los bares, por ver si nos dejan apurarlo. No creo, pero quién sabe, el humo siempre envuelve la vida de expectativas y demoras y casi que sin ellas no hay fuego ni humo ni vida. No hay nada.

O sí. Aún me resuenan, o chirrían, las palabras de Antich, Armengol y Calvo para despedir el año y cubrirse las espaldas. Sólo lograron lo primero, porque columpiarse -como en el óleo de Fragonard- en un mar de sombras y pactos, ora hacia adelante, ora hacia atrás, sólo vale hasta que se rompen los flecos y dan con sus posaderas en el suelo. Entonces la situación, además de real, es risible. Algo es algo. Siempre nos quedará el humor. Incluso si lo prohíben, que todo se andará.

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