LA TELARAÑA: Los intocables

sábado, febrero 25

Los intocables

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Está de acuerdo con la decisión judicial de anular la protección del edificio de Gesa?

No. ¿Cómo osan, los jueces, caer en la temeridad de anular la protección del edificio de Gesa, el mismo que ha sido, durante tanto tiempo, el mejor monumento histórico al ego histriónico y hasta fosforescente o diamantino de la incunable María Antonia Munar, el mejor ejemplo de cómo la política sirve para sellar venganzas personales, el mayor artefacto de la modernidad en una fachada que se nos va a caer de vieja y, tal vez, de irreal el mismo día que la finalicen, si es que ese día llega? Pues eso. No puede ser que Munar siga en la calle -entrando y saliendo de los juzgados, sí, pero en la calle- y el edificio de sus sueños tenga que soportar, antes que ella, la fuerza demoledora de las excavadoras o el furor controlado de la pólvora. Es inaudito.
O quizá no, porque la fachada marítima de Palma es un asunto muy surrealista. Ya ni quiero saber qué haremos luego con el socavón de su voladura. Puede que este consistorio opte por una cosa y que el próximo, o el siguiente, por otra. Y así, durante lustros seguiremos añorando la quietud ambarina de un edificio que nadie quiso nunca, porque sólo servía para pagar facturas y quedaba lejos y no tenía, apenas, aparcamientos. En suma, era un dechado de pequeñas catástrofes y se acabará convirtiendo en una gran catástrofe. Quizá en más edificios de lujo -o de protección artificial- que nadie habitará, quizá en un anexo del Palacio de Congresos o en unos asépticos servicios en mitad de un jardín que tardará décadas en dar alguna que otra sombra. Bueno, esto último no estaría mal.
Pero ahora, y ya en serio, toca decir la verdad a voces. Nadie le puede ver a ese prisma de cristal taimado ningún valor arquitectónico. Nadie le puede hallar ninguna seña de identidad, entre masónica y hermética, o entre mediterránea y bárbara, que nos señale con su acusador dedo étnico. No, nada de eso. Pero derribar el ego de Munar, así, sin más, me sigue pareciendo un suicidio colectivo y hasta moral. Primero hay que derribarla a ella, a toda su banda y a todos los socios que, a lo largo del tiempo, lo han sido (sin olvidar a los que aún lo son) y luego, limpio ya el paisaje de intocables, echarle un vistazo, con la mirada virgen, al edificio por ver si se cae solo de pura vergüenza, como debiera, o hay que ayudarle a que caiga, para que no haya mal que cien años dure. Los que UM pretendía durar. O más.

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