LA TELARAÑA: Vistazo al caos

viernes, septiembre 30

Vistazo al caos


La Telaraña en El Mundo.

 Parece que el corral anda muy revuelto. Extraordinariamente revuelto, incluso. Mientras en Cataluña, Puigdemont se ha liado la manta a la cabeza hipotecando el futuro político de su comunidad con un absurdo referéndum (tan absurdo e imposible de convalidar, que sólo puede movilizar a gentes tan febriles como las de las CUP, vaya panorama), en el Partido Socialista Obrero Español se han perdido, definitivamente, los estribos y, tras el aldabonazo mañanero del miércoles de Felipe González, tanto los críticos como los partidarios de Pedro Sánchez han demostrado no disponer de otra arma dialéctica que la demagogia populista heredada del degradado contexto general en que vivimos: las referencias cruzadas a la legitimidad perdida por unos y otros, la ocupación más o menos orgánica o sulfúrica de la sede de Ferraz, el mantra del aval maniqueo de la militancia y cosas así de difusas y manipulables, para justificar, de alguna manera, su propia estrategia política, sus opiniones y preferencias personales, su decisión conjunta de convertir el primer partido de la izquierda nacional en una especie de solar arrasado. Por ahí han pasado los bárbaros.
 Supongo, sin embargo, que ambos temas (como tantos otros que nos rondan) se irán reconduciendo en breve. O se eternizarán, que es otra manera de ir pasado páginas y asumir que la realidad es un libro muy grueso, un sumidero enorme, un pozo sin fondo, una profunda y ávida garganta que lo engulle todo, porque, a fin de cuentas, no hay mal que dure cien años y, si los dura, no estaremos ahí para sufrirlo y lo que no mata, engorda, y mil otros tópicos similares que funcionan, tal vez, como formidables ansiolíticos y que, como mucho, sólo son ridículos placebos. Hay que ver con qué poco nos conformamos. ¿Nos conformamos?
 Repaso algunos muros de amigos en Facebook y me encuentro con bastantes apoyos a Pedro Sánchez. Puedo comprender, en efecto, que echar a Rajoy y al Partido Popular del poder tiene su no sé qué fascinante, justiciero y, quizá, letal. Puedo comprender, incluso, que ese deseo vaya más allá de la cruda fisonomía de los números y la representatividad electoral alcanzada en las urnas. Puedo comprender que hasta el intachable espíritu democrático de mis amistades tenga algunas grietas selectivas por las que se les cuele el deseo, la ilusión o la esperanza. Puedo comprenderlo casi todo. Todos tenemos nuestra razón y, sobre todo, nuestras razones; con ellas, aunque sea a cuestas, cargadas las espaldas de pesadísimos sueños, como en un deslumbrante poema en prosa de Baudelaire, vamos haciendo y deshaciendo el camino que, aunque puede que no nos conduzca a ninguna parte, acabará siendo nuestro propio, auténtico y definitivo camino.

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