Palabras (Recomposición)
-I-
No le faltan al viento las razones
para envolverte
en la densa humareda del olvido
y arrancarme las manos - mis manos de ti, mis manos que escriben -
de cuajo.
-II-
Luego me encierro en tu vientre y envuelto de líquidas membranas, disfruto de la luz tenue y cálida de un sol prestado que late en mi pecho.
-III-
Auscultando la ciudad en ruinas te golpeas igual que las piedras que ruedan, pero pronto llega el desahucio de los sentidos y entonces ya nada importa.
¿Qué podría turbarte, ahí suspendido entre incontables objetos perdidos a los que no sabrías - ni siquiera por metafórica semejanza - poner un nombre?
Una gota de sangre coagulada con forma de estrella, de ameba, de araña o de eclipse. Una marca volátil que se aleja y se acerca - y finalmente se adhiere a tu pecho y dibuja una flor vacilante, una herida abierta al hierro silente de un fuego mezquino.
Este eco ancestral preludia tambores de ansiedad e insomnio.
*******
A veces me impongo algunos límites con el único fin de transgredirlos. A veces, no.
Un cierto barniz, atractivo pero efímero, sostiene con más empeño la formulación del deseo que el deseo mismo. Y son los objetos - tu cuerpo, el mío, esas sombras mudas que planean entre ambos y ninguno - la superficie que repele la resbaladiza penetración del lenguaje.
No sólo los sordos sonríen a destiempo.
-I-
No le faltan al viento las razones
para envolverte
en la densa humareda del olvido
y arrancarme las manos - mis manos de ti, mis manos que escriben -
de cuajo.
-II-
Luego me encierro en tu vientre y envuelto de líquidas membranas, disfruto de la luz tenue y cálida de un sol prestado que late en mi pecho.
-III-
Auscultando la ciudad en ruinas te golpeas igual que las piedras que ruedan, pero pronto llega el desahucio de los sentidos y entonces ya nada importa.
¿Qué podría turbarte, ahí suspendido entre incontables objetos perdidos a los que no sabrías - ni siquiera por metafórica semejanza - poner un nombre?
Una gota de sangre coagulada con forma de estrella, de ameba, de araña o de eclipse. Una marca volátil que se aleja y se acerca - y finalmente se adhiere a tu pecho y dibuja una flor vacilante, una herida abierta al hierro silente de un fuego mezquino.
Este eco ancestral preludia tambores de ansiedad e insomnio.
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A veces me impongo algunos límites con el único fin de transgredirlos. A veces, no.
Un cierto barniz, atractivo pero efímero, sostiene con más empeño la formulación del deseo que el deseo mismo. Y son los objetos - tu cuerpo, el mío, esas sombras mudas que planean entre ambos y ninguno - la superficie que repele la resbaladiza penetración del lenguaje.
No sólo los sordos sonríen a destiempo.
Etiquetas: Creación, Literatura
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