LA TELARAÑA

viernes, diciembre 19

Textos con hechizo.

Juan Gil-Albert

Crónica General

(recuerdo de una película muda)

 


La Bertini


Me parece recordar que, en la pantalla, en negros, blancos, y profusión de grises, que le daba un aire de bandeja repujada con figuras movibles, se jugaba un drama entre tres personajes; un hombre alto con las sienes canosas, un joven pálido con ojeras, y la mujer: ésta en una soirée, en la que debe atender a sus invitados, que son también los del caballero canoso, trata de disuadir, al joven, llegado de chistera y de abrigo de piel y que, al modo de Sthendal, hace tiempo que cerca a la heroína con sus insistencias; ésta, inestable, con visible turbación, lo rechaza, abandonándole un largo brazo delgado, desnudo y expresivo, que el galán recorre con sus besos; la escena tiene lugar en la biblioteca; estamos ante el nudo de la acción, pero el deus ex machina sobreviene; aparecen escenas agitadas en la Bolsa, de caballeros gesticulantes y que parecen haber perdido los estribos. Y el despacho del hombre alto con las sienes grises. Varias mutaciones de la bolsa y su gritería adivinada, y el despacho del hombre solo; éste, con cierta flema, va desenvolviendo de un pequeño aparato que tiene sobre la mesa, una cinta con números impresos y que contiene su suerte. El crack se produce; sentado a su buró, escribe estas palabras que leemos en caracteres oscilantes: "Estoy arruinado, perdóname. Te he amado siempre". Y, sin perder la calma, con la mirada fija no se sabe dónde, abre un cajón, extrae una pistola, se apunta en la sien. Mutación. La trágica en su momento culminante: atravesando la pantalla desde el borde mismo donde se inicia la fosforencia de la proyección, como un alma perdida que se cuela en el mundo, silueta estrictamente vertical, de pecho plano, inmensamente escotada, con artístico desaliño en los cabellos, arrastrando una larga túnica inconsútil, fuera de estación, de clima, a, como si anduviera pensando, llega a unos pesados cortinajes y, al volverse enrollada en su cola, muestra al espectador su rostro inconfundible, si bien todo estrujado por un dolor que la hace respirar con violencia, agitando el rectángulo lívido del escote. Todo el film en silencio, con la pulsación temporal del fluido de luz lunar que mana de la cámara oscura; pero un pianista brumoso, se sienta al piano, un piano sin afinar, pero no importa; la Bertini, enlutada, cayéndole sobre los hombros los tules lúgubres del sombrero, la frente alta, las cejas como dos trazos severos sobre el resplandor luctuoso de la mirada, la línea del labio imperceptiblemente sumida, anuncio remoto de la vejez, bajando de una berlina y adentrándose en un bosque, el de Fontainebleau, donde el joven de la palidez la espera para recibir, ahora, ahora en que todo parecía posible, un no contundente, un no arrancado de no sé qué abismos de fortaleza -y oyéndose un "nocturno" de Chopin, mal tocado, pero qué importa.




PD.- Os recomiendo la lectura de la Obra Poética de este excepcional poeta valenciano.


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