LA TELARAÑA

jueves, febrero 5

Museo con vistas


Les confieso que hace unos días me levanté con el espíritu crítico bastante adormilado. Tenía, sin embargo, muchas ganas de sol y espacios abiertos, tal vez de ojear algún ombligo pícaro o de perderme en un laberinto de curvas. No lo sé. Es cierto que bien podía haberme ido a la playa pero por aquello de que respirar un poco de arte siempre me ha parecido saludable, me dirigí - no se me rían, por favor - a Es Baluard. Puedo asegurarles que encontré lo que buscaba.

Lo encontré en su amplia azotea junto a las antiguas murallas que antes protegían la ciudad y ahora nos recuerdan que el enemigo ya está dentro o incluso entra y sale cuando le viene en gana, como Pedro por su casa, nunca mejor dicho, creo. No importa. Las incuestionables vistas de la Catedral, la Santa Creu, la línea difusa del Passeig, los muelles y sobre todo el mar perfecto, curvado e infinito, son de auténtico alucine. Se me dirá que también pueden verse - y gratuitamente - desde otro cualquier lugar de la parte alta de la ciudad, es cierto, pero no me sean malévolos ni aguafiestas: alguna utilidad hay que encontrarle al museo, digo yo.

Pero también, quizá por aquello de que los extremos se tocan, encontré en el subterráneo del Baluard un lugar glorioso: el aljibe. Allí, Rebecca Horn expone palabras de luz que se reflejan en el agua y escalan, como por azar, las frías paredes del recinto abovedado, acompañadas, con matemática intermitencia, por la inquietante música sacra de Hayden Chilshorn. Lástima que cuando uno busca asiento para ensimismarse en lo que se le ofrece - sin dudarlo, una sugerente propuesta de meditación - entonces no lo encuentra, sencillamente porque no hay ni una modesta silla donde acomodarse. Una lástima. Los únicos accidentes de la estancia son unos peligrosos escalones, casi invisibles, y el agua negra y gélida del aljibe, origen de la vida y tal vez del arte, baile de sombras y espectrales versos de un poema que aun casi ilegible se adivina hermoso.

Quizá ustedes esperaban una crítica más interior y detenida del ya descolorido hormigón blanco del museo. Lamento decepcionarles. Todos los artistas allí reunidos, por azar pero también por capricho, me merecen personalmente mucho más respeto y consideración que las interesadas cataratas de razones y sinrazones que puedan mover a los que aunque se intitulen mecenas son sólo simples especuladores.





Etiquetas: ,