el futuro
Tengo un poemario acabado y otro en tránsito. Un ensayo abandonado. Unas hojas envueltas en misterio de las que todavía desconozco origen y desenlace. Y además, el honor de un prólogo al libro El Incendiario de mi admirado y admirable Miguel Veyrat (de próxima aparición en Ediciones La Lucerna).
Todo lo que tengo son palabras.
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La Telaraña en El Mundo.
¿Qué tendrá el futuro que siempre anda en boca de todos? ¿Qué sabemos de él, qué le esperamos, qué le deseamos? Se me ocurren muchas respuestas y todavía una última pregunta. ¿Cómo librarnos de la obsesiva retórica de un futuro mejor? Ya cansa su terca cantinela, su perseguirnos de continuo con sus cánticos redentores, sus paraísos con sabor a soborno, a falacia, a tiempo perdido, a embajada irreal de un país imaginario en un lugar que no existe. Parece que así funcionan algunas cosas.
Mañana toca Diada, Lengua, Autogobierno. Toca la partitura exacta de la Obra Cultural Balear en todo su esplendor y crudeza. El de un mosaico de niños representando, inocentes, el futuro perfecto escogido por otros, unos pocos iluminados. Toca folclore del de siempre; del que a mí, como al resto de la clase, me llevaba, también inocente, al Estadio Luis Sitjar a intentar componer ridículos hologramas florales. Ahora los llevan a la Plaza Mayor a metamorfosearse con las entrañas vírgenes de la Mallorca del futuro. No sé si el olor a rancio y a naftalina repiten. Tengo arcadas. No sé si el desagradable olor de la miseria espiritual será el mismo, pero igual se le parece.
No es lo mismo, sin embargo, observar a Rafael Nadal y Roger Federer fotografiados con el Altar Mayor de la Catedral al fondo –el pabellón inacabado de Antoni Gaudí presidiendo, como suspendido del aire, la ingravidez gótica de la experiencia religiosa- que verlos recortados contra el barro cavernario, denso, fatigado de sudor y materia, de Miquel Barceló. Tampoco lo es verlos jugar sobre la hierba de Wimbledon o la tierra de Roland Garros que sobre la superficie imposible, absurda, del Palma Arena. Pero aquí lo importante no era el tenis, sino los anuncios, los cambios de zapatillas y, al fin, la fugaz y repentina imagen de Ramón Socias, móvil en mano, quizá pasando revista meteorológica a la vieja ruta de Argel en su batalla contra las pateras perdidas. El éxito turístico también tiene sus riesgos.
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