LA TELARAÑA: invasión

lunes, septiembre 10

invasión

La Telaraña en El Mundo.



Hollywood colecciona cadáveres y los momifica. Ahora le ha tocado a Hirschbiegel revisitar La Invasión de los ultracuerpos, el clásico de Don Siegel. Pese a la presencia, deslumbrante, de Nicole Kidman y, deslumbrada, de Daniel Craig, la película es un bodrio. Ahora las inquietantes vainas mutantes son unos vómitos contagiosos que cuajan durante el sueño y nos arrancan, exactamente, nuestros sueños más íntimos. Al despertar, la vida se convierte en una pantomima donde ser libre es sólo una cuestión de fe. Siempre fue así. ¿Para qué repetirlo?

No sé qué quedará del viscoso espíritu nacionalista cuando vaya a mayores la experimentación genética. Aproximarnos a los animales -o a los extraterrestres, a la OCB o al Lobby, tanto da- debiera de hacernos mejores, pero quién sabe. Entiendo de ciencia lo que los científicos de poesía. Muy poco. Nada. Aún así, las metáforas nos atrapan y la desazón de un universo de clones asoma por el horizonte. Pero no avancemos acontecimientos. Sólo se trata de arrejuntarse con óvulos vacunos para crear células madres y experimentar contra las enfermedades. El mito de la inmortalidad se convierte en el motor del futuro, pero también en su aniquilación. No hay vida sin muerte.

Mientras tanto, la gente es poco exigente y el gentío mucho menos. Sólo un silogismo con tantas excepciones, explicaría la muchedumbre que llenó el Parc de la Mar mientras Momo homenajeaba a Queen. Lo diré. Si Mercury era un payaso de gimnasio lo de Momo fue una triste parodia. Faltó músculo y sobró espejo. Será que los acríticos ochenta están de vuelta. O que el público gusta tanto de los himnos, que si les hubieran tocado Els Segadors, La Balanguera o la Marcha Real en vez de We Are the Champions o el God Save The Queen, nadie hubiera protestado. ¿Para qué? Igual todo era un ensayo en vísperas de la Diada del día 12. Aquí siempre estamos de diadas, sucesivas, contrapuestas, eufóricas. Nostalgia de la aglomeración y el bullicio. O memez contagiosa. Quién sabe.

Etiquetas: