en el ateneo con Miguel Veyrat, Inma Chacón y Alejandro Sanz
Nótulas sobre Miguel Veyrat
Juan Planas Bennásar
Al principio fue Javier Jover, quién me habló maravillas de un poeta valenciano llamado Veyrat y me facilitó la lectura primera de varios de sus libros; después fue Google –el gran ojo en la red- el que le chivó a Miguel algunos de mis comentarios sobre sus letras, escritos en la presunta soledad silenciosa de mi weblog. Después fue Veyrat que se puso en contacto conmigo y fui, también, yo, correspondiendo asombrado al generoso e inesperado intercambio de ideas, proyectos e incluso circunstancias biográficas comunes, que acabó cuajando entre nosotros. No tardó demasiado en aparecer José Luis Reina, el esforzado editor de la Lucerna y al fin la publicación de este libro que ahora está sobre la mesa. Es obvio que he ido enumerando, uno a uno y sin desmayo, a todos los culpables sucesivos que acaso puedan explicar -pero no del todo- qué hace un auténtico desconocido como yo presentando el libro –prólogo o proemio incluido- de un poeta con una trayectoria tan consciente, pasional, estructurada y admirable como Miguel Veyrat.
En algún sitio dejé escrito: “El espectador da sentido al espectáculo”. Pero como sería del todo punto injusto echarles finalmente las culpas a todos ustedes, apostaré porque mi extraña presencia aquí, esta noche, obedece a que la humilde hermandad entre buscadores a tientas de brotes fértiles –esa es, al menos, la intención- le interesa más a Miguel Veyrat que el frívolo intercambio de dones y palabras superfluas… Así sea.
Debo pues agradeceros a todos vuestra presencia y atender al sentido figurado que, como espectadores, nos otorgáis. Esta situación siempre me provoca nostalgia. Me recuerda que provengo de un exilio. Que nací en un lugar, tal vez paradisíaco, Mallorca, que con el paso del tiempo se ha convertido en un lamentable asilo de estrictos funcionarios / comisarios de una lengua y un nacionalismo que por no ser no es, ni tan siquiera, mallorquín. Será por eso, supongo, que todavía creo en el milagro de encontrar un lugar, incluso un lugar tan magnífico como éste, donde ser escuchado.
La vida se resume en instantes prestados que hacemos nuestros aún sabiendo que no lo son, que son de todos y de nadie, igual que cada de uno nosotros es también el otro, el desconocido, el extranjero, el que habita nuestra idea del mundo por nosotros y nos lo reprocha cuando no estamos a su altura. O a la nuestra. Ese previsible fracaso sucede a menudo y se repite también con las palabras, con sus significados, con la música a veces lenta, a veces vertiginosa, de sus llamas. Pero les seré sincero. El fracaso no duele porque ya casi nada puede dolernos. Defraudar es sólo un privilegio de los dioses. ¿Qué Dios osaría tomar por lema: Defraudo? La literatura es ese dios, afirmaba Roland Barthes.
Con todo, caprichos o ironías del destino, lo cierto es que siempre me he sentido extranjero y feliz, curioso y privilegiado, allá donde la vida me va llevando… Será que me importa más el hecho del viaje en sí que sus múltiples y posibles destinos. “No feliz viaje, sino adelante viajeros” –creo que la cita es de Eliot parafraseando el Baghavad-Ghita. La marca del exilio no anula, pues, sino alimenta, nuestra decidida fe en la patria múltiple del conocimiento a través del lenguaje.
No sé ustedes, pero yo tengo muchos problemas con el lenguaje. Son los mismos que tengo con la realidad, esa interpretación constante, esa traducción forzosa. Para ilustrar cómo el poema despliega sus metáforas entre el lenguaje común y la realidad -que está ahí, aquí, para ser nombrada porque necesita, con urgencia, nombres- nada mejor que una frase extraída del libro de Cornelius Castoriadis, Figuras de lo pensable. “Hay que examinar las entrañas de la realidad para ver si son del gusto de los dioses”
Así abrí yo El Incendiario de Miguel Veyrat para comprobar si todo estaba conforme. Lo estaba. Dice Miguel:
Como un dios / en la sombra/ al acecho/ está mi voz. Y en otro lugar:
Y preñada/ la muerte/ estalla. Y más aún:
Son de humo los días/ hasta que el incendio/ de la tarde llega.
Podemos así –a dosis breves y certeras, incontables- auscultar el latir del conocimiento. Prometeo robó a los dioses su fuego para enseñarnos a los hombres que somos mortales. Esa no es poca enseñanza, porque nos informó también del único remedio: Nos dio la posibilidad de protagonizar la más honda de las paradojas, nos mostró la eficacia de las esperanzas ciegas, pero no ilusorias ni irreales ni vacías de sentido (vuelvo otra vez a Eliot) porque esas expectativas son, en definitiva, las que nos impulsan a construir nuestra propia vida como si fuera una obra de arte. ¿Qué otra cosa merecería ser?¿Qué menos debería ser?
Podría ahora leer el prólogo o proemio que escribí para Veyrat y su Incendiario, pero conviene ser breve y además hay cosas escritas para ser leídas en la intimidad y no para ser declamadas en público. Espero, en fin, porque de eso también se trata, que compren el libro y que lo lean y lo disfruten.
Acabo con una última evidencia. Veyrat sabe que “El acto de escribir es el único posible, el único que no contradice nuestra identidad”. El Incendiario es una metódica y embriagante aproximación a una realidad que tiembla como una llama y arde y nos consume como ardía sin combustión la higuera bíblica, como arden, conjunta y simultáneamente, la una en el otro y viceversa, la palabra y el mundo. Gracias.
Juan Planas Bennásar
Al principio fue Javier Jover, quién me habló maravillas de un poeta valenciano llamado Veyrat y me facilitó la lectura primera de varios de sus libros; después fue Google –el gran ojo en la red- el que le chivó a Miguel algunos de mis comentarios sobre sus letras, escritos en la presunta soledad silenciosa de mi weblog. Después fue Veyrat que se puso en contacto conmigo y fui, también, yo, correspondiendo asombrado al generoso e inesperado intercambio de ideas, proyectos e incluso circunstancias biográficas comunes, que acabó cuajando entre nosotros. No tardó demasiado en aparecer José Luis Reina, el esforzado editor de la Lucerna y al fin la publicación de este libro que ahora está sobre la mesa. Es obvio que he ido enumerando, uno a uno y sin desmayo, a todos los culpables sucesivos que acaso puedan explicar -pero no del todo- qué hace un auténtico desconocido como yo presentando el libro –prólogo o proemio incluido- de un poeta con una trayectoria tan consciente, pasional, estructurada y admirable como Miguel Veyrat.
En algún sitio dejé escrito: “El espectador da sentido al espectáculo”. Pero como sería del todo punto injusto echarles finalmente las culpas a todos ustedes, apostaré porque mi extraña presencia aquí, esta noche, obedece a que la humilde hermandad entre buscadores a tientas de brotes fértiles –esa es, al menos, la intención- le interesa más a Miguel Veyrat que el frívolo intercambio de dones y palabras superfluas… Así sea.
Debo pues agradeceros a todos vuestra presencia y atender al sentido figurado que, como espectadores, nos otorgáis. Esta situación siempre me provoca nostalgia. Me recuerda que provengo de un exilio. Que nací en un lugar, tal vez paradisíaco, Mallorca, que con el paso del tiempo se ha convertido en un lamentable asilo de estrictos funcionarios / comisarios de una lengua y un nacionalismo que por no ser no es, ni tan siquiera, mallorquín. Será por eso, supongo, que todavía creo en el milagro de encontrar un lugar, incluso un lugar tan magnífico como éste, donde ser escuchado.
La vida se resume en instantes prestados que hacemos nuestros aún sabiendo que no lo son, que son de todos y de nadie, igual que cada de uno nosotros es también el otro, el desconocido, el extranjero, el que habita nuestra idea del mundo por nosotros y nos lo reprocha cuando no estamos a su altura. O a la nuestra. Ese previsible fracaso sucede a menudo y se repite también con las palabras, con sus significados, con la música a veces lenta, a veces vertiginosa, de sus llamas. Pero les seré sincero. El fracaso no duele porque ya casi nada puede dolernos. Defraudar es sólo un privilegio de los dioses. ¿Qué Dios osaría tomar por lema: Defraudo? La literatura es ese dios, afirmaba Roland Barthes.
Con todo, caprichos o ironías del destino, lo cierto es que siempre me he sentido extranjero y feliz, curioso y privilegiado, allá donde la vida me va llevando… Será que me importa más el hecho del viaje en sí que sus múltiples y posibles destinos. “No feliz viaje, sino adelante viajeros” –creo que la cita es de Eliot parafraseando el Baghavad-Ghita. La marca del exilio no anula, pues, sino alimenta, nuestra decidida fe en la patria múltiple del conocimiento a través del lenguaje.
No sé ustedes, pero yo tengo muchos problemas con el lenguaje. Son los mismos que tengo con la realidad, esa interpretación constante, esa traducción forzosa. Para ilustrar cómo el poema despliega sus metáforas entre el lenguaje común y la realidad -que está ahí, aquí, para ser nombrada porque necesita, con urgencia, nombres- nada mejor que una frase extraída del libro de Cornelius Castoriadis, Figuras de lo pensable. “Hay que examinar las entrañas de la realidad para ver si son del gusto de los dioses”
Así abrí yo El Incendiario de Miguel Veyrat para comprobar si todo estaba conforme. Lo estaba. Dice Miguel:
Como un dios / en la sombra/ al acecho/ está mi voz. Y en otro lugar:
Y preñada/ la muerte/ estalla. Y más aún:
Son de humo los días/ hasta que el incendio/ de la tarde llega.
Podemos así –a dosis breves y certeras, incontables- auscultar el latir del conocimiento. Prometeo robó a los dioses su fuego para enseñarnos a los hombres que somos mortales. Esa no es poca enseñanza, porque nos informó también del único remedio: Nos dio la posibilidad de protagonizar la más honda de las paradojas, nos mostró la eficacia de las esperanzas ciegas, pero no ilusorias ni irreales ni vacías de sentido (vuelvo otra vez a Eliot) porque esas expectativas son, en definitiva, las que nos impulsan a construir nuestra propia vida como si fuera una obra de arte. ¿Qué otra cosa merecería ser?¿Qué menos debería ser?
Podría ahora leer el prólogo o proemio que escribí para Veyrat y su Incendiario, pero conviene ser breve y además hay cosas escritas para ser leídas en la intimidad y no para ser declamadas en público. Espero, en fin, porque de eso también se trata, que compren el libro y que lo lean y lo disfruten.
Acabo con una última evidencia. Veyrat sabe que “El acto de escribir es el único posible, el único que no contradice nuestra identidad”. El Incendiario es una metódica y embriagante aproximación a una realidad que tiembla como una llama y arde y nos consume como ardía sin combustión la higuera bíblica, como arden, conjunta y simultáneamente, la una en el otro y viceversa, la palabra y el mundo. Gracias.
Etiquetas: Fotos, Literatura, Varios
6 Comments:
Aquí también se le escucha, aquí también hay espectadores de sus problemas con el lenguaje y já.
El Incendiario ya está presentado y ardiendo. Bien.
Maravilloso,archivado queda.
Un saludo, Raúl
Para los que no somos entusiastas de las presentaciones de libros, aquí nos cuentan que hay excepciones:
Léalo despacio, por favor..
Con incitatus estuvimos hasta bien pasada la medianoche:-)
Aquí va otra contracónica:http://www.fotolog.com/afor_visuales2
link anterior, a ver si lo he hecho bien..
http://www.fotolog.com/afor_visuales2/35014790
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