ensaladilla rusa
La Telaraña en El Mundo.
No sé qué pinta la mafia rusa –que es gente con principios y rigores engendrados en el más cruel y estéril de los inviernos, el del alma gélida como el filo invisible y rapidísimo de una navaja- en la Mallorca de nuestros días, un lugar cuajado de sol pero también de desidia, de peligrosas inercias colectivas pero, a la vez, de inconfundible sosiego individual, de vida tranquila y hasta envidiable, pese a la presencia colateral, en unos sectores más que en otros, de un pensamiento dominante –eso quisieran- ciertamente acomplejado y débil.
No conozco a ningún ruso. Mala suerte. Seguro que uno cualquiera podría ayudarme a redondear estas líneas –y también darles a entender el significado último de este híbrido bosquejo de novela negra y rondalles- con unas cuantas frases afiladas sobre el lobby de UM y la gestión asombrosa de Son Oms. También podría lanzarme tumba abierta por las rampas que, cada vez que habla, deja inservibles, resbaladizas y pringadas, Antoni Martorell y su televisión de todos para nadie. O darle vueltas a la trama de las estafas hipotecarias por las que, ahora, purga Climent Garau, pero no será el único.
Parece que la corrupción necesitaría de siglos para ahondar en ella, pero como no dispongo de ese tiempo –ni de un ruso a mano- acabaré loando el repentino buen gusto por las orquídeas del GOB, así como la extraña liturgia de algunas curiosas asociaciones vecinales –carne de próxima subvención- en Es Jonquet. En San Magín nació mi padre y de ahí a la playa eran dos saltos. Eso decía. Cada día es más difícil vivir en Mallorca sin ser ruso. O siéndolo.
No sé qué pinta la mafia rusa –que es gente con principios y rigores engendrados en el más cruel y estéril de los inviernos, el del alma gélida como el filo invisible y rapidísimo de una navaja- en la Mallorca de nuestros días, un lugar cuajado de sol pero también de desidia, de peligrosas inercias colectivas pero, a la vez, de inconfundible sosiego individual, de vida tranquila y hasta envidiable, pese a la presencia colateral, en unos sectores más que en otros, de un pensamiento dominante –eso quisieran- ciertamente acomplejado y débil.
No conozco a ningún ruso. Mala suerte. Seguro que uno cualquiera podría ayudarme a redondear estas líneas –y también darles a entender el significado último de este híbrido bosquejo de novela negra y rondalles- con unas cuantas frases afiladas sobre el lobby de UM y la gestión asombrosa de Son Oms. También podría lanzarme tumba abierta por las rampas que, cada vez que habla, deja inservibles, resbaladizas y pringadas, Antoni Martorell y su televisión de todos para nadie. O darle vueltas a la trama de las estafas hipotecarias por las que, ahora, purga Climent Garau, pero no será el único.
Parece que la corrupción necesitaría de siglos para ahondar en ella, pero como no dispongo de ese tiempo –ni de un ruso a mano- acabaré loando el repentino buen gusto por las orquídeas del GOB, así como la extraña liturgia de algunas curiosas asociaciones vecinales –carne de próxima subvención- en Es Jonquet. En San Magín nació mi padre y de ahí a la playa eran dos saltos. Eso decía. Cada día es más difícil vivir en Mallorca sin ser ruso. O siéndolo.
Etiquetas: Artículos
5 Comments:
Comer ensalada rusa, se come, pero como engorda, lo negamos.
En la escala del gris habra que ver donde caemos.
oño, un ruso!
:-)
Saludos
Hola Juan y Svor:
Para Svor: Bueno, lo de la ensaladilla rusa, no me molesta. Con que se coma una ración, bien vale, viene muy bien comerla. Pero no tanto. Entretanto, no dudemos que lo que existe en este país con respecto a las mafias que comenta el amigo Juan.
Para Juan: Je! Si te sorprendes que me encuentro a diario...por media red...verías lo que hay :-P
Un abrazo.
Slds...
Buenooo, yo ya no me sorprendo de ná:-P
Saludos, Santiago:-)
Yo ese día no vendí ni una crema, pero me puse las botas con los geos.
Veo que todas somos iguales, los pasamontañas también me dislocaron las hormonas. Les hice un video y todo. Y ellos bien contentos.
Un abrazo, tío.
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