autopsia de la estupidez
La Telaraña en El Mundo.
Igual la realidad es un cadáver y la televisión su forense. Ignoro a cuánto cotiza la sangre, aún tibia y ya calavera, de la última víctima de la violencia con epítetos -siempre muchos y redundantes-, a cuánto las lágrimas herméticas de los allegados o las opiniones en grito de los vecinos, a cuánto el zurcido de la fama y la exclusiva revendida -ese cocido con olor a ropa vieja-, a cuánto el peregrinaje de la ficción o el revuelto de la sandez. Tampoco importa mucho saberlo, porque cuando la misión se cumple llegan los minutos eternos de la publicidad. Esa es la mejor respuesta. Quizá la única.
En IB3, mientras tanto, Antoni Martorell empieza a contar lingüistas de la UIB en nómina y le faltan dedos o manos. Es obvio que doce apóstoles de la ortodoxia filológica dan mucho juego si se trata de escenificar La Última Cena, pero para normalizar el absurdo igual es un despilfarro. Se lo pediría a Gabriel Bibiloni, pero no deseo volver al tema publicitario.
A otros, no sé quién los cría pero sí que se juntan. Miquel Nadal y Sebastià Serra han colocado sus vertiginosas efigies –uno, celando su inverosímil sonrisa y el otro, su desubicado perfil de siempre- en una página web que mezcla turismo, cultura y patrimonio con el mismo manejo suicida del que ficha, primero, a Rafa Nadal o Rudy Fernández y luego a Chopin, Llull, Miró, Graves o Jaume I. Pero qué grandes que somos. Vaya equipazo.
Igual la realidad es un cadáver y la televisión su forense. Ignoro a cuánto cotiza la sangre, aún tibia y ya calavera, de la última víctima de la violencia con epítetos -siempre muchos y redundantes-, a cuánto las lágrimas herméticas de los allegados o las opiniones en grito de los vecinos, a cuánto el zurcido de la fama y la exclusiva revendida -ese cocido con olor a ropa vieja-, a cuánto el peregrinaje de la ficción o el revuelto de la sandez. Tampoco importa mucho saberlo, porque cuando la misión se cumple llegan los minutos eternos de la publicidad. Esa es la mejor respuesta. Quizá la única.
En IB3, mientras tanto, Antoni Martorell empieza a contar lingüistas de la UIB en nómina y le faltan dedos o manos. Es obvio que doce apóstoles de la ortodoxia filológica dan mucho juego si se trata de escenificar La Última Cena, pero para normalizar el absurdo igual es un despilfarro. Se lo pediría a Gabriel Bibiloni, pero no deseo volver al tema publicitario.
A otros, no sé quién los cría pero sí que se juntan. Miquel Nadal y Sebastià Serra han colocado sus vertiginosas efigies –uno, celando su inverosímil sonrisa y el otro, su desubicado perfil de siempre- en una página web que mezcla turismo, cultura y patrimonio con el mismo manejo suicida del que ficha, primero, a Rafa Nadal o Rudy Fernández y luego a Chopin, Llull, Miró, Graves o Jaume I. Pero qué grandes que somos. Vaya equipazo.
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