La plaga de la ceniza
La Telaraña en El Mundo.
Una nube volcánica no parece gran cosa, pero lo es. En Barajas y Son Sant Joan, el fin de semana, la ceniza ya se palpaba en el aire, en los avisos de la megafonía y en las aglomeraciones de quienes se iban descubriendo, de repente, sin posibilidad alguna de alcanzar su destino. Cosas así nos pasan a diario, pero sólo las analizamos cuando ocurren en los aeropuertos. Allí, la irrupción del desastre añade al aséptico entorno una tormenta de angustia, la desolación de una plaga bíblica: el temblor biológico de la claustrofobia.
Habrá que asumir que el mundo no es tan grande como solía. Que el espasmo de un volcán en la lejana tierra del hielo puede convertir los cielos en colmenas de lava y pavesas. Pero no es el paisaje lo que más me ocupa. Tengo a mi hijo en Milán y no sé si hoy, lunes, podré abrazarle en Palma. Un abrazo es algo muy serio, que no debiera estar a expensas del caos. En ese lugar ya medran las campañas paralingüísticas, los políticos corruptos y los ladrones de guante blanco. Es su hábitat natural, pero no el nuestro.
Aún así, parece que acabaremos acostumbrándonos a la lluvia de ceniza y al averno de las urbes tomadas. Y si no a tanto, sí al goteo continuo de votos fraudulentos, al riego por aspersión de fianzas y al diluvio de facturas falsas. Como para tomarse en serio, luego, ahora, las declaraciones de Josep Melià tras ser reelegido presidente de UM. Pues sí.
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