Una mirada incrédula
La Telaraña en El Mundo.
Hay en las ordenanzas, en su liturgia restrictiva, un simulacro de golpe sordo, un latigazo como de plomo líquido que abrasa y desgarra, pero que no nos destruye por completo, algo similar a una puñalada refinada, quizá la punción imperceptible de las agujas de un tatuaje que nos marca para siempre y que nos confirma, al cabo, como reos de un atentado continuo –no del todo sádico ni premeditado, pero sí cruel- contra esa parcela íntima en la que queremos ser tan sólo quienes somos y preservar, así, nuestros sueños y nuestra libertad. Nuestro propio ritmo.
La tarea es ya difícil, sino imposible. Por eso, cuando regresan eventos como el «Palma Thursday Night Fever» uno se alegra –pese a la insistencia hortera, ridícula e impropia de su nombre- y, a la vez, se entristece, porque hay dádivas que, aun siéndolo, no hacen sino revelar la existencia anterior, quizá inevitable, de una condena tan absurda como que los comercios tengan que abrir a horario reglado y no cuando su clientela los precise.
Pero así están las cosas. Las miro como si fueran nuevas y reconozco en ellas, sin nostalgia, un mundo antiguo, pero no muy lejano en el tiempo -ese tren que se aleja con su enjambre de verdad y pánico a partes iguales- y me digo que no importa si todo empeora si somos capaces, al menos, de mantener la mirada higiénica y transparente de quien decide, finalmente, no creer en nada. O en casi nada.
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