LA TELARAÑA: El muñeco y su ventrílocuo

sábado, enero 14

El muñeco y su ventrílocuo

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que Matas miente cuando se desmarca del contrato de Alemany?

  
Sí. Uno no llega a Presidente sin tener alguien que le escriba, que le palie el silencio -cuando no el vacío- mental en la solemnidad morbosa e incómoda de las grandes ocasiones, que le llene de ripios y latinajos las horas muertas de las páginas, los márgenes estrechos entre la realidad y la ficción, el eterno discurso del poder frente a las cajas resonantes de los micrófonos y altavoces, el calor y el color de los medios, la música ventrílocua del apaño y la figuración como formas -quizá deformes- de vida. ¡Y vaya vida!
Con todo, lo cierto es que el Presidente -así en mayúsculas y, siempre, en tercera persona- da la cara y hasta exhibe el sudor líquido y la sonrisa esforzada de los que se saben elegidos para la gloria, pero con eso no basta. En absoluto. Alguien ha de poner la voz, como si en un playback de los cuarenta principales, donde lo que importa no es el pequeño detalle ni el bordado a base de ganchillo y filigranas, de noble erudición o de discutible inteligencia, sino la vulgaridad absoluta y asfixiante del chascarrillo general, porque todos bailan y relucen, además, de brillantina, abrevan cava y hasta sonríen -que hay cámaras atentas, por favor- pero absolutamente a nadie le importa un ápice si la cosa va de luces o de sombras. El muñeco y su ventrílocuo particular no son la misma persona, pero sí que son -o, al menos, encarnan- el mismo personaje. Y es que aquí sólo vale el espectáculo, el show continuo, y Jaume Matas es la estrella rutilante y el periodista Antonio Alemany -todo un prodigio de ubicua e ilustrada versatilidad- su primer fan y su primer crítico. Así da gusto.
Pero no puedo despachar en cuatrocientas palabras lo que los jueces tendrán que averiguar buceando -si saben, si pueden, si quieren- entre miles de folios y decenas de testigos. Tendrán que ser ellos los que dictaminen si Matas miente cuando se desmarca de la parte administrativa -ese gran peñazo- que siempre conllevan las extrañas relaciones de la Administración con sus administrados. O viceversa. Me temo que existe un mundo en el que vivimos todos, o casi todos, pero que también existe otro mundo en el que sólo parecen vivir unos pocos. Ambos son el mismo mundo, por supuesto, pero hay que ser -o estar hecho- de alguna pasta muy especial para saber moverse, con cierta soltura, entre ambos. Y yo no sé. Ni puedo. Ni tampoco quiero.

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