El día de la marmota
La Telaraña en El Mundo.
Estuve ahí, lo
sé, aunque ya hayan pasado treinta años y no recuerde qué -o qué no-
pretendíamos salvar. Me refiero a Es Trenc -uno más entre tantos otros
espejismos ideológicos, claro- y a que el tiempo repite y la misma furia y los
mismos anhelos pasan de una generación a la siguiente y siempre hay algo -o lo
mismo- que salvar una vez y otra.
Repaso las
imágenes antiguas y las actuales, la serpenteante línea de la costa, el
murmullo gráfico del gentío, el fulgor de las pancartas y me siento cerca, pero
ya muy lejos, y me digo que treinta años no son nada, pero no es así; lo son
todo, cuando ya no crees ni en lo que ves y sientes el hastío de ir repitiendo
el hermoso gesto de los vencidos, aunque lo repitas, cómo no, y yerres, porque
no tienes nada que perder o te sabes tan perdido que lo darías todo -cualquier
cosa- por encontrarte.
Luego pasa que un
buen día, al fin, te encuentras y sonríes. No era para tanto, vaya. No era tan
difícil. ¿Ah, pero era esto? Y te das por satisfecho y asumes cómo es la
condición humana. Que fue bonito soñarla de otra manera, pero que ya es hora de
ser quien eres. Y no un títere. Que una cosa es la ingenuidad, con su poso, tan
bello, de ternura y otra, la estupidez de los que, a cierta edad, no hacen sino
vivir en el día eterno de la marmota. Por saber qué futuro les aguarda. O por
ignorar que el futuro no espera. A nadie.
Etiquetas: Artículos
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