LA TELARAÑA: Una temporada en el infierno

martes, octubre 25

Una temporada en el infierno


La Telaraña en El Mundo.

 En no pocas ocasiones me entretengo en leer «El Paraíso Perdido» de Milton, como si estuviera leyendo, exactamente, «La Divina Comedia» de Dante. No tienen demasiado en común, es cierto, pero algo que escapa a la lógica de mis conocimientos los entremezcla en mi brumosa memoria de lector, que fuera compulsivo y ya no lo es; tanto Dante como Milton escriben, en efecto, sobre el infierno, pero mientras el primero pone su énfasis en los pecados del hombre y considera a Lucifer como la reencarnación de un castigo más que merecido, el segundo lo hace fijándose, casi obsesiva y exclusivamente, en la orgullosa rebelión inicial de Lucifer, en su definitiva expulsión del cielo y en su necesidad vital de usarnos, a la postre, pequeños seres humanos, como eterna arma arrojadiza, como vía de venganza ponzoñosa contra Dios, sus planes y su noción del universo.
  El infierno, en cualquier caso, resulta ser un lugar tangible donde Lucifer existe por sí mismo. Un lugar en el que pasamos mucho más tiempo del que quisiéramos. Allí intercambiamos ideas como si fueran sustancias químicas retorciéndose en nuestro interior, en ese crisol íntimo donde arde lo mejor y lo peor que somos y no dejamos nunca de ser; esos planes sulfúricos que nos absorben, esas mutaciones obsesivas que nos asolan, esa incurable locura que nos hace pasar por cuerdos si sabemos, finalmente, expresarla como es debido. No siempre lo hacemos. Puede que, tanto Lucifer como Dios, sólo sean dos ejercicios de estilo, dos formas de entender la vida, tan antagónicas como complementarias, dos voluntades, dos inercias, dos maneras de conjugar el universo y enfrentarse a la desgarradora tarea de reconstruir el mundo a la vez que lo destruimos. Ya somos francamente buenos en ello porque, no en vano, llevamos practicando desde el principio de los tiempos.
  Nuestro pequeño infierno local lo gobierna, allá por el noveno círculo mefítico, maléfico y satánico, la incombustible Francina Armengol, mientras sus socios en las labores pirotécnicas y deconstructivas de la realidad, los nacionalistas de Més y los populistas de Podemos, la mortifican y obligan, en fin, a ponerse circunspecta cuando se dirige a los medios y finge que filosofa a vueltas con la coherencia y el “no es no” de los ángeles caídos, abrasados, desterrados. Lo triste es que si el PSOE, en diciembre de 2015, hubiera apoyado la investidura de Rajoy, ahora, además de los diputados perdidos por el camino, tendría a un PP debilitado casi al final de una terrible legislatura en franca minoría. Como no lo hizo así, y Armengol sigue aún sin querer hacerlo, no les va a quedar otra que pasar, ellos, una larga temporada en el infierno. Esto me recuerda a Rimbaud. Es fantástico.



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