Un rapto al vacío: la palabra
Empecemos con un tópico: escribir o hablar sobre la palabra, además de raro ejercicio mayéutico, es como enfrentarse a la reveladora luna de un espejo. Ese otro que nos mira desde no sabemos dónde, nos produce extraño desasosiego mientras su aparente inocencia no hace sino aumentar nuestro ancestral recelo para con nosotros mismos, hijos del desconocimiento, víctimas del rumor.
Utilizamos la palabra, a diestro y a siniestro, aprovechando, tal vez, su aparente generosidad sin ser conscientes de que cuanto parece otorgarnos es género robado: íntima pertenencia que jamás podremos recuperar.
Resulta, pues, paradójico que su origen resida en las ansias cisorias del ser humano, en su monomanía posesiva; ridículo creer que el hombre quisiera hacerse con las riendas de un universo que ni siquiera él había creado mediante la nominación arbitraria de todo lo que le era, y sigue siendo, absolutamente ajeno, cuando no hostil... Naturaleza silenciosa y cruel, extraña a todo sentimiento humano, por muy mucho que el hombre se erigiese en su centro y, mediante la palabra, fuese midiendo, recusando y analizando la inexplicable razón de ser de sus sentidos, ese diapasón tan sensible a los temblores...
Quizá por tal motivo esa compleja estructura que llamamos realidad precise de una profunda desmitificación que nos la arranque de tanto parcialismo mutilador y egocéntrico, de tanto mimetismo suicida y de tanto lugar común ruidoso y estéril, para, tras la necesaria, depilatoria e higiénica labor, encontrarnos a solas y en silencio con la simple reunión armónica que es el mundo, conglomerado objetivado —es decir, cosificado, exento de todo rasgo humano -, perfectamente dispuesto para que una observación serena le devuelva su propio tempo, su peculiar estilo y desarrollo. Solo así el hombre, y todo lo humano, surgirá de una naturaleza impoluta, diafana... y no será la naturaleza simple diagnóstico de la enfermedad humana, su síntoma.
Y entre ambos residirá la palabra, nexo de unión entre enriquecedoras divergencias, cauce de un juego que sólo al conocimiento tiene como valedor sincero -jamás arma de futuro ni lengua de fuego — sólo voz, gestual pero significativo rapto al vacío, sólo eso, testimonio inexcusable de que la vida, cuando consciencia y voluntad andan aliadas, es algo, lo que sea, que sobre eso hay opiniones para todo gusto y disgusto, digno de ser tenido muy en cuenta. La vida. Y hasta la palabra, si me apuran.
Había que acabar con otro tópico. Misión cumplida.
Empecemos con un tópico: escribir o hablar sobre la palabra, además de raro ejercicio mayéutico, es como enfrentarse a la reveladora luna de un espejo. Ese otro que nos mira desde no sabemos dónde, nos produce extraño desasosiego mientras su aparente inocencia no hace sino aumentar nuestro ancestral recelo para con nosotros mismos, hijos del desconocimiento, víctimas del rumor.
Utilizamos la palabra, a diestro y a siniestro, aprovechando, tal vez, su aparente generosidad sin ser conscientes de que cuanto parece otorgarnos es género robado: íntima pertenencia que jamás podremos recuperar.
Resulta, pues, paradójico que su origen resida en las ansias cisorias del ser humano, en su monomanía posesiva; ridículo creer que el hombre quisiera hacerse con las riendas de un universo que ni siquiera él había creado mediante la nominación arbitraria de todo lo que le era, y sigue siendo, absolutamente ajeno, cuando no hostil... Naturaleza silenciosa y cruel, extraña a todo sentimiento humano, por muy mucho que el hombre se erigiese en su centro y, mediante la palabra, fuese midiendo, recusando y analizando la inexplicable razón de ser de sus sentidos, ese diapasón tan sensible a los temblores...
Quizá por tal motivo esa compleja estructura que llamamos realidad precise de una profunda desmitificación que nos la arranque de tanto parcialismo mutilador y egocéntrico, de tanto mimetismo suicida y de tanto lugar común ruidoso y estéril, para, tras la necesaria, depilatoria e higiénica labor, encontrarnos a solas y en silencio con la simple reunión armónica que es el mundo, conglomerado objetivado —es decir, cosificado, exento de todo rasgo humano -, perfectamente dispuesto para que una observación serena le devuelva su propio tempo, su peculiar estilo y desarrollo. Solo así el hombre, y todo lo humano, surgirá de una naturaleza impoluta, diafana... y no será la naturaleza simple diagnóstico de la enfermedad humana, su síntoma.
Y entre ambos residirá la palabra, nexo de unión entre enriquecedoras divergencias, cauce de un juego que sólo al conocimiento tiene como valedor sincero -jamás arma de futuro ni lengua de fuego — sólo voz, gestual pero significativo rapto al vacío, sólo eso, testimonio inexcusable de que la vida, cuando consciencia y voluntad andan aliadas, es algo, lo que sea, que sobre eso hay opiniones para todo gusto y disgusto, digno de ser tenido muy en cuenta. La vida. Y hasta la palabra, si me apuran.
Había que acabar con otro tópico. Misión cumplida.
Etiquetas: Literatura
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