Iniciación al juego
Un antiguo eco me llama a cada instante y es extraño, cualquiera de mis nombres le sirve, siempre me localiza, jamás deja de susurrarme sus consignas. Repaso como si nada el infinito catálogo de sus mensajes como buscando algún desliz, alguna salida que no encuentro, alguna clave que me libere del escalofrío y me muestre el entramado oculto de las cosas, su origen, sus fases terminales, también su introducción y su epílogo, siempre su laberinto. Su tránsito.
No siempre consigo recuperar el habla cuando las palabras dejan de serme útiles. Y eso sucede muy a menudo. Su sinsentido me complace, no lo niego. También su música inacabada, su suerte de seducción, su voluntad de juego. Quizá sin normas no haya supervivencia. Quizá todo esté reglado por invisibles hilos entrelazados. Quizá no. Tampoco importa. En ocasiones no importa realmente nada y resulta incluso impensable rozar, siquiera, la suerte de la comprensión. Todo fluye o se detiene. Nada acontece o, al contrario, todo se sucede vertiginosamente.
Sé que hay una realidad ahí afuera. Sé que la hay aquí adentro. Las distingo sólo por costumbre o por contraste. Sólo porque quiero o porque lo necesito. Sólo como terapia o por enfermedad. Sólo por nombrarlas. Quizá por lujuria. Seguro que por egoísmo. Seguramente por error. Quizá por nada.
Por eso sigo jugando el mismo juego de siempre todos los días y a todas horas. Sin tregua. Como tentando al azar, burlándolo. Sabiendo que sin suerte nada existe, que ahí reside el concepto y también el conocimiento y que fuera de ambos no hay nada, ni siquiera la ausencia. No hay nada de nada. ¡Nada! Quizá ésa sea la más curiosa y deforme de las palabras. La más cruel y ficticia. La más humana. Quizá sea, incluso, la clave misma del juego. Quizá no.
Un antiguo eco me llama a cada instante y es extraño, cualquiera de mis nombres le sirve, siempre me localiza, jamás deja de susurrarme sus consignas. Repaso como si nada el infinito catálogo de sus mensajes como buscando algún desliz, alguna salida que no encuentro, alguna clave que me libere del escalofrío y me muestre el entramado oculto de las cosas, su origen, sus fases terminales, también su introducción y su epílogo, siempre su laberinto. Su tránsito.
No siempre consigo recuperar el habla cuando las palabras dejan de serme útiles. Y eso sucede muy a menudo. Su sinsentido me complace, no lo niego. También su música inacabada, su suerte de seducción, su voluntad de juego. Quizá sin normas no haya supervivencia. Quizá todo esté reglado por invisibles hilos entrelazados. Quizá no. Tampoco importa. En ocasiones no importa realmente nada y resulta incluso impensable rozar, siquiera, la suerte de la comprensión. Todo fluye o se detiene. Nada acontece o, al contrario, todo se sucede vertiginosamente.
Sé que hay una realidad ahí afuera. Sé que la hay aquí adentro. Las distingo sólo por costumbre o por contraste. Sólo porque quiero o porque lo necesito. Sólo como terapia o por enfermedad. Sólo por nombrarlas. Quizá por lujuria. Seguro que por egoísmo. Seguramente por error. Quizá por nada.
Por eso sigo jugando el mismo juego de siempre todos los días y a todas horas. Sin tregua. Como tentando al azar, burlándolo. Sabiendo que sin suerte nada existe, que ahí reside el concepto y también el conocimiento y que fuera de ambos no hay nada, ni siquiera la ausencia. No hay nada de nada. ¡Nada! Quizá ésa sea la más curiosa y deforme de las palabras. La más cruel y ficticia. La más humana. Quizá sea, incluso, la clave misma del juego. Quizá no.
Etiquetas: Literatura
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