Un relato del valenciano Manuel Tarancón
PERRA VIDA
Otro marrón más. Estoy harta de que la marginación me rodee cada minuto de mi vida. Y encima me siento sucia. No puedo limpiarme por mí misma y nadie me echa una mano. La verdad es que aquí nadie ayuda a nadie. Yo no lo he pedido, pero supongo que a veces una no hace siempre lo que quiere y sí lo que esperan de ella. No tengo voz ni voto, como todos los objetos inertes, y el ser humano decide por mí.
Es una lástima que muchas otras compañeras cumplan funciones distintas. Es posible que tengan una vida más corta, pero más digna y ejemplar. Eso es lo que yo deseaba, pero una no decide donde quiere ser creada. Si se pudiera elegir no existiría la pobreza porque nadie la hubiera deseado.
El ser humano me creó para hacer el bien, pero como siempre su ofuscada y pervertida mente me utiliza para una de las más horrendas misiones: llevar al hombre a la tumba. Es cierto que tan solo soy el medio, la vía que lleva al objetivo, pero si yo y las que se encuentran en mi situación no existiéramos no morirían tantos hombres, aunque seguramente se las hubieran ingeniado ellos solitos, sin ayuda de nadie, para seguir muriendo, porque en el fondo el ser humano rinde culto al masoquismo más radical.
Mi función consiste en eyacular el morir en el interior del hombre. No de cualquiera, sino de la colección de hombres más desdichados y desamparados del planeta. Son incapaces de controlar su propio destino porque en su vida no existen disyuntivas, y la única posibilidad que perciben les lleva a mí. Han perdido el control de sí mismos y ya no son capaces de pensar, a veces ni de hablar, aunque para las pocas cosas que dicen mejor sería que enmudecieran para siempre.
Es duro admitirlo pero soy la vía hacia la muerte, sí, y nadie me ha dado a elegir otra alternativa. Se trata de una muerte incontrolada que ni ellos mismos se imaginan. No tienen tiempo para pensar en el final porque sólo piensan en mí. Es degradante que la vida de un ser humano se reduzca, en definitiva, a mí.
Pero hay que resignarse. Me ha tocado vivir este mundo y no hay posibilidad de vuelta atrás. Me alivia pensar que al ser humano le pasa lo mismo. Unos nacen en el Bronx y otros en Bel- Air. Y en realidad tampoco son dueños de su destino. Supongo que es lo que hay. El barrio donde habito divide básicamente tres tipos de ser humano. Hay quien pudo haber sido y no fue, quien era alguien y no pudo seguir siendo y aquel que aún queriendo no pudo o no supo ser. Todos unidos se definen como el fracaso elevado a su máxima potencia.
Ahora me están preparando. Me miran con ojos de ansiedad (siempre lo hacen) y se rifan por mis servicios. Ha salido cruz, brillante paralelismo. El agraciado se encuentra a mi derecha. Creo que no tiene nombre y si lo tiene no le importa una mierda. En realidad ni se acuerda. Sólo le importo yo. Ahora mismo no vería el mejor tesoro de la tierra aunque estuviera ante sus ojos. Únicamente tiene ojos para mi. Le gusta tocarme y mimarme. Mi función por fin ha terminado, al menos con él. El veneno ya se introduce en su cuerpo, pero creo que esta vez ha abusado. Veo en su desgastado rostro tranquilidad y placer. Me da la impresión de que se le escapa el sentido. Mierda, otro fiambre. Y me ha dejado colgado de su brazo. Si no recuerdo mal, ya van tres en dos semanas. El tipo de su izquierda ni se inmuta. No le importa la suerte de su compañero. Sólo tiene ojos para mi. Vuelta a empezar. Ya me tiene entre sus manos. Perra vida. Veremos si este aguanta.
© Manuel Tarancón Serrano
Etiquetas: Literatura
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home