LA TELARAÑA: apuntes v.0.3

jueves, junio 21

apuntes v.0.3

La justicia ciega nos tasa en partes iguales.

[Más allá de las parábolas, las hipérboles]

La madre posmoderna clamará contra Salomón pero se llevará, envuelta en lágrimas, su parte y la enterrará ceremoniosamente en un sarcófago blanco como si el pensamiento hubiera de ser simétrico y la luz única anidase en lo más alto. Desde allí el Ojo escrutador nos lanza su mirada descendente; podemos aceptarla como la variante de una caricia o como el chasquido de un látigo, con idéntica resignación.

Esta pirámide ha de estar equilibrada –parecerlo, al menos- aunque se nos caiga a pedazos. Sea. Se nos caerá y tendremos que reconstruirla. Venimos haciéndolo desde el inicio de los tiempos, desde la primera implosión normativa que nos desterró del paraíso y nos convirtió en renqueantes ángeles caídos. ¿Dónde andará el viejo árbol del conocimiento? Habría que encontrar sus astillas y aún mejor, sus raíces, porque la realidad no cabe en unos duales y rígidos platillos de balanza.

Capturarla así, constreñirla -como lo haría, por puro goce estético, un enloquecido modisto de pasarela- podrá valer para dibujar ese holograma plano, esa simplificación que damos en llamar «realidad social», pero poco más. De su entramado aéreo tan sólo se servirán los sociólogos en sus cuadernos de viaje, los sindicatos y sus cíclicas floraciones, las asociaciones de arribistas a la caza y captura de subvenciones y, en fin, por fin, desde el principio, la secta de los economistas rendidos a su pasión por los grandes números. Qué fácil resulta manipularlos.

*

Ahora –el tiempo de lectura y el de acción nunca coinciden- me revuelvo entre las sábanas. El sueño inquieto presagia un amanecer tranquilo. Al alba, mis primeros pasos intentan desandar el camino de Swann, pero se entretienen en el prisma de Alejandría. Justine me habla de Durrell, mientras intento apartar de mí los circunloquios del Marqués de Sade. Su desmesurado empeño de justificación a cualquier precio me parece grotesco, pero tampoco estaría fuera de lugar el adjetivo conmovedor. Ciertas dosis de pureza pueden atraernos, en efecto —pero una sobredosis nos convertiría finalmente en dóciles asesinos de ritual y máscara. Seres literarios. ¿Seres?

Hay un sendero oculto y contrario que, desde siempre, recorre la literatura por nosotros. No he escrito en lugar nuestro, sino por nosotros. Nosotros lo recorremos sin protagonizarlo, mientras el lenguaje nos envuelve con su capa. Lo que ocurre debajo, en ese río subterráneo, es exactamente lo que podría salvarnos y no lo hace. Material de olvido y reconocimiento final de un fracaso que nos da sentido. Lo sentimos nuestro. Lo es. ¿Podríamos ser más precisos? ¿Más locuaces? ¿Más palabras?

Podríamos –con Robbe-Grillet- cosificar el mudo, convertirlo en objeto de nuestro deseo y convenir, luego, en que no hemos avanzado un ápice en su conocimiento. Tenemos, sí, una estantería en perfecto orden, una enciclopedia de la A a la Z, un manual paso a paso de autoayuda, unas migas de pan abandonadas ingenua pero estratégicamente mientras nos adentramos en el laberinto… El caos interior, la incomprensibilidad de los acontecimientos, ese escarabajo que seremos esta misma mañana cuando tengamos el valor de intentar, inútilmente, levantarnos, prevalece –y de qué manera- sobre el ejercicio gimnástico de la purificación por el método, el esquema analítico, la síntesis.

Todo podría reducirse a aceptar el poema tal cual es, pero tampoco. Da-da-da, balbuceaba el niño mucho antes que los surrealistas creyeran en las voces fantasmales de ultratumba, en los eventos anteriores al génesis. Artaud acabó elogiando la locura, mitificándola, porque no podía escapar de ella. ¿No hay salida o no la vemos? ¿Qué haríamos si encontrásemos sus puertas abiertas?

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