ripios
La Telaraña en El Mundo.
El futuro viene cargado de músculo y pocos años. Así Rafael Nadal barrió de la tierra gris y apelmazada -como una lengua reseca- de Roland Garros a su viejo amigo Carlos Moyá y, al fin, Manacor y Palma vibraron durante dos horas, como si el territorio fuera el pretexto ideal de todos los nacionalismos. Suele serlo, aunque no valga para nada. Así se suceden las generaciones y el mundo va perdiendo elegancia, mientras la atmósfera carga sus pulmones de toxinas y el CO2 nos recuerda que Kioto queda muy lejos de Heiligendamm, lugar de reunión del G-8, ese cóctel donde George Bush ocupa el lugar que parecía predestinado a Al Gore. Ya ven lo que hemos ganado con el cambio. Los hay que intentan ser presidentes y acaban de gurús ecologistas con un Oscar de Hollywood y un Premio Príncipe de Asturias en las vitrinas de su pecho asfixiado. Otros, en cambio, no se sabe muy bien a qué podían aspirar y aquí los tenemos, ejerciendo de estruendosas bisagras. Poderes fácticos. ¿Se entiende?
Repaso el fin de la tregua que sólo existió en la vertiginosa imaginación de Zapatero. Los que saben –ellos sabrán qué saben- nos dicen que sus redactores, la actual cúpula de ETA, son gente joven que no conocieron la dictadura, sin más base ideológica que la marginación social y la “Kale Borroka”. Con este bagaje extraña que no hayan escrito su comunicado a través de un críptico “sms” a ritmo de rap. Todo se andará.
Ahora –y gracias a un vídeo en YouTube- escucho por vez primera el himno español con la letra que tejió Pemán y que, cosas que pasan, los franciscanos de Palma nunca tuvieron a bien enseñarme. Eso que les agradezco. Ya de paso me agencio el Himno de Riego y algunas otras letrillas populares que lo adornan. Repaso versos y comparo ripios. No hay color. Prefiero la marcha tranquila del himno español, tal cual es en la actualidad, sin grandes ni pequeñas palabras, sin dioses, fulgores o patrias, sin más argumento que la contemplación pausada de lo que somos. Más o menos.
El futuro viene cargado de músculo y pocos años. Así Rafael Nadal barrió de la tierra gris y apelmazada -como una lengua reseca- de Roland Garros a su viejo amigo Carlos Moyá y, al fin, Manacor y Palma vibraron durante dos horas, como si el territorio fuera el pretexto ideal de todos los nacionalismos. Suele serlo, aunque no valga para nada. Así se suceden las generaciones y el mundo va perdiendo elegancia, mientras la atmósfera carga sus pulmones de toxinas y el CO2 nos recuerda que Kioto queda muy lejos de Heiligendamm, lugar de reunión del G-8, ese cóctel donde George Bush ocupa el lugar que parecía predestinado a Al Gore. Ya ven lo que hemos ganado con el cambio. Los hay que intentan ser presidentes y acaban de gurús ecologistas con un Oscar de Hollywood y un Premio Príncipe de Asturias en las vitrinas de su pecho asfixiado. Otros, en cambio, no se sabe muy bien a qué podían aspirar y aquí los tenemos, ejerciendo de estruendosas bisagras. Poderes fácticos. ¿Se entiende?
Repaso el fin de la tregua que sólo existió en la vertiginosa imaginación de Zapatero. Los que saben –ellos sabrán qué saben- nos dicen que sus redactores, la actual cúpula de ETA, son gente joven que no conocieron la dictadura, sin más base ideológica que la marginación social y la “Kale Borroka”. Con este bagaje extraña que no hayan escrito su comunicado a través de un críptico “sms” a ritmo de rap. Todo se andará.
Ahora –y gracias a un vídeo en YouTube- escucho por vez primera el himno español con la letra que tejió Pemán y que, cosas que pasan, los franciscanos de Palma nunca tuvieron a bien enseñarme. Eso que les agradezco. Ya de paso me agencio el Himno de Riego y algunas otras letrillas populares que lo adornan. Repaso versos y comparo ripios. No hay color. Prefiero la marcha tranquila del himno español, tal cual es en la actualidad, sin grandes ni pequeñas palabras, sin dioses, fulgores o patrias, sin más argumento que la contemplación pausada de lo que somos. Más o menos.
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