LA TELARAÑA: vocablos aleatorios

martes, julio 17

vocablos aleatorios

Tras una visita :



[Marca en el dobladillo de su falda
las cuentas de un rosario inexistente
]



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Apuntes a vuelapluma



Qué simulacro de orden, de realidad estable contra la presunta catástrofe del caos, nos ofrecen las ciencias aplicadas, las matemáticas, la física o la química. ¿Y el arte? Más de lo mismo. No hay evolución, sino ebullición. Aquí el equilibrio perfecto, la cuadratura del círculo, el hombre expandido de Leonardo, el triunfo del número Phi, los cuatro elementos en uno y uno en todos. El éter. La armónica simetría. Y al fondo, omnipresentes: la mujer y el hombre. Penélope destejiendo el ciclo natural de la noche y el día. El tiempo detenido. La repetición. La espera. El retroceso. Ulises no debería regresar nunca, pero el guión no es ese.


Este deseo se alimenta de sí mismo, de su negación, de su demora. Pureza y desgarro. Ética contra la barbarie. Victoria, en definitiva, de la pasión por el tiempo manipulado, anclado al deseo, a sus cicatrices incurables.



Después hay que subir la piedra montaña arriba hasta la cima y luego nada, dejarla caer. ¿Se volatiza? ¿Renace? Sísifo anhelante, auscultando la tensión en el recorrido de la inercia y no en el misterio propio –que no puede descifrar pese a haberle sido ofrecidos absolutamente todos los datos- de la piedra. La naturaleza. La gravedad. ¿El capricho de los dioses o la mayéutica del conocimiento? Aquí –en esta disyuntiva igual que en los trabajos de Heracles, esa iniciación mística de la búsqueda del bien y del mal o la muerte y sus metáforas- reside el sentido de la existencia, del trabajo y del universo.


Todo en uno para nada. ¿Para nada? No hay espectador ni autoridad objetiva que pueda responder a esa pregunta. Si lo hace debe de ser abatido. Sólo la obcecación interna de quien se consume en el empeño, en sus razones y en su absurdo, se responde con el propio sudor, la tensión y la asfixia. El paisaje no puede ser más hermoso. Imposible desdeñar una inmensidad de líneas paralelas que parten hacia su lejano e improbable encuentro, allá en el infinito. Otra nada, otro cónclave.


[Aquí no tendremos ocasión de hablar sobre calidad y cantidad, sobre oportunidades, habilidades, oh, ni sobre diferencias! —la igualdad a bulto, a tanto por ciento, a peso. Qué infamia. Añoro el tiempo en que todavía se podía replicar a los dioses y padecer el exceso de sus conjuros]



Pero ahora –ya de vuelta al cuerpo inicial, a sus extremidades ansiosas como mendigos o príncipes comparsas en un carnaval interminable- nos es dado simular el abrazo del tronco, la columna y hasta girar como peonzas ancladas en el mismísimo ombligo del mundo. Ese lugar y esa estrategia redonda -¿circular?- tienden al vuelo fácil, a la explosión vomitiva de las vísceras, al mareo de una danza enloquecida donde los velos acabarán anudados en nuestras gargantas —o serán vendas multiplicadas sobre las cuencas de los ojos. Llamémosle Primer Principio de la Momificación, aunque luego se nos puedan aparecer otros y debamos corregir el orden. Nada más irónico que la compleja exactitud metodológica de las apariencias.

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