las máquinas
La Telaraña en El Mundo.
Uno puede entretenerse jugando con las ruinas de la inteligencia a levantar identidades, como polvorientos castillos, y luego ponerles nombres y símbolos y también liturgias y límites. Lo que ya no debe hacerse es pasar de la simple, pero divertida, actividad lúdica a la discusión bizarra, cuando no científica -o sea, religiosa- sobre la identidad catalana, balear o española de estas islas salpicadas de mar por todas partes. La identidad como mito sólo da para los sudores de los visionarios y ya nos sobra con los oficiantes de lujo que tenemos: la OCB, el Lobby o el Círculo Balear, entre otros. Aquí, como siempre, los extremos se tocan y complementan. Igual el PP debería tomar nota.
Quizá huyendo de la fanfarria me fui estos días a Galilea, donde el frío baja directo del cielo y uno no necesita sino desprenderse de todo. Allí me enteré de que un novelista, George Scott, vende su hotel mediante un sorteo de bonos en internet. Está claro que los novelistas son gente extraña, pero también que saben, como nadie, manejar situaciones y personajes tanto en la realidad del papel como en los negocios.
Lo cierto es que la mayoría de las novelas actuales me produce asma. Son como hoteles vacíos –pero con ácaros- o algo peor, son puzles con trampa. Tanto da si los resuelves o no porque el resultado es siempre cruzar un desierto de ideas. Estaba en éstas cuando leí que Alexander Prokopovich es un editor que no necesita autores. Le basta con un programa informático para parir libros sobre el amor verdadero, esa orgía binaria de chips que haría enrojecer a cualquier viejo pornógrafo. El sueño conductista de Pavlov, Bijou o Wittgenstein en manos de un ordenador analizando pautas, libidos, cortejos y disfunciones en pos de la objetividad perfecta no es ninguna anomalía. Lo grave es ignorar que el hombre y el arte no aspiran a la perfección sino todo lo contrario. Lo mejor que tenemos, lo que más amamos, es lo que se nos acaba cayendo, siempre, a pedazos. La lengua, por ejemplo.
Uno puede entretenerse jugando con las ruinas de la inteligencia a levantar identidades, como polvorientos castillos, y luego ponerles nombres y símbolos y también liturgias y límites. Lo que ya no debe hacerse es pasar de la simple, pero divertida, actividad lúdica a la discusión bizarra, cuando no científica -o sea, religiosa- sobre la identidad catalana, balear o española de estas islas salpicadas de mar por todas partes. La identidad como mito sólo da para los sudores de los visionarios y ya nos sobra con los oficiantes de lujo que tenemos: la OCB, el Lobby o el Círculo Balear, entre otros. Aquí, como siempre, los extremos se tocan y complementan. Igual el PP debería tomar nota.
Quizá huyendo de la fanfarria me fui estos días a Galilea, donde el frío baja directo del cielo y uno no necesita sino desprenderse de todo. Allí me enteré de que un novelista, George Scott, vende su hotel mediante un sorteo de bonos en internet. Está claro que los novelistas son gente extraña, pero también que saben, como nadie, manejar situaciones y personajes tanto en la realidad del papel como en los negocios.
Lo cierto es que la mayoría de las novelas actuales me produce asma. Son como hoteles vacíos –pero con ácaros- o algo peor, son puzles con trampa. Tanto da si los resuelves o no porque el resultado es siempre cruzar un desierto de ideas. Estaba en éstas cuando leí que Alexander Prokopovich es un editor que no necesita autores. Le basta con un programa informático para parir libros sobre el amor verdadero, esa orgía binaria de chips que haría enrojecer a cualquier viejo pornógrafo. El sueño conductista de Pavlov, Bijou o Wittgenstein en manos de un ordenador analizando pautas, libidos, cortejos y disfunciones en pos de la objetividad perfecta no es ninguna anomalía. Lo grave es ignorar que el hombre y el arte no aspiran a la perfección sino todo lo contrario. Lo mejor que tenemos, lo que más amamos, es lo que se nos acaba cayendo, siempre, a pedazos. La lengua, por ejemplo.
Etiquetas: Artículos
3 Comments:
Hace tiempo que no hago lecturas lineales. Voy a salto de página, y disfruto con párrafos aislados. Así no hay manera de apreciar una novela, excepto si la escribe Fernandez Mallo ;)
Habrá que nebulizar la mente de tanto puzle estafador.
Saludos.
Luis, y con el permiso de Juan, felicidades por tu libro de poemas,no he tenido ocasión de decírtelo, es todo un logro publicar en una editorial así!!
Publicar un comentario
<< Home