kum ba yah
La Telaraña en El Mundo.
Una Semana Santa fuera de temporada es un añadido de penitencia pero, también, un pretexto para adentrarse –con el perfil laico dispuesto igual a un capirote que a un turbante- en las costumbres de un país que vive como sin vivir en él. La incertidumbre del lugar nos sirve, aquí, para remolonear sobre cultura o educación, las eternas olvidadas.
Escribo como pienso y, a veces, hasta me corrijo. El nuevo realismo, sin embargo, aspira a escribir igual que se habla, sin reparar en la doblez actual. Hoy no se habla, se balbucea. Tampoco se piensa, se recopilan aforismos. Aquí Dostoievski no podría parir Crimen y Castigo ni Joyce reconstruir su día eterno por las calles de Dublín. El monólogo de Molly y el sueño proustiano de Villalonga en Bearn son ya cenizas y el pensamiento se ha vuelto polvo entre las quijadas de la barbarie. Ya no existe el discurso, sólo los raptos, las intertextualidades, los referentes inconexos de un racimo de píxeles en caída libre. El agujero negro está afuera y está adentro. No hace falta ni buscarlo. ¿Explicarlo? La posmodernidad sólo da para un realismo raquítico y diezmado, sin angustias ni excelencias. De aquí al silencio sólo va el alboroto, el crujir de la mediocridad. Poca cosa, aunque esté de moda.
No me gusta perderme buscando compañía. Las noticias son las que son y sus protagonistas los que quieren serlo. Bárbara Galmés anuncia que el Consell de les Arts ha naufragado en los arrecifes de los organigramas políticos. Aina Calvo pone en órbita a siete magníficos agentes lingüísticos para vigilar el uso del catalán en los comercios, entre los inmigrantes, en las escuelas donde nuestros hijos se harán mayores. Qué remedio. A estos dinamizadores –el neologismo es basura neumática- se añadirá la creación de colonias lingüísticas, excursiones y otras justas al aire libre bajo la admonición monotemática de la lengua. Parece que el escultismo de los boyscouts ha vuelto. Quizá nunca se fue. Kum Ba Yah cantaba Joan Baez. No recuerdo la letra.
Una Semana Santa fuera de temporada es un añadido de penitencia pero, también, un pretexto para adentrarse –con el perfil laico dispuesto igual a un capirote que a un turbante- en las costumbres de un país que vive como sin vivir en él. La incertidumbre del lugar nos sirve, aquí, para remolonear sobre cultura o educación, las eternas olvidadas.
Escribo como pienso y, a veces, hasta me corrijo. El nuevo realismo, sin embargo, aspira a escribir igual que se habla, sin reparar en la doblez actual. Hoy no se habla, se balbucea. Tampoco se piensa, se recopilan aforismos. Aquí Dostoievski no podría parir Crimen y Castigo ni Joyce reconstruir su día eterno por las calles de Dublín. El monólogo de Molly y el sueño proustiano de Villalonga en Bearn son ya cenizas y el pensamiento se ha vuelto polvo entre las quijadas de la barbarie. Ya no existe el discurso, sólo los raptos, las intertextualidades, los referentes inconexos de un racimo de píxeles en caída libre. El agujero negro está afuera y está adentro. No hace falta ni buscarlo. ¿Explicarlo? La posmodernidad sólo da para un realismo raquítico y diezmado, sin angustias ni excelencias. De aquí al silencio sólo va el alboroto, el crujir de la mediocridad. Poca cosa, aunque esté de moda.
No me gusta perderme buscando compañía. Las noticias son las que son y sus protagonistas los que quieren serlo. Bárbara Galmés anuncia que el Consell de les Arts ha naufragado en los arrecifes de los organigramas políticos. Aina Calvo pone en órbita a siete magníficos agentes lingüísticos para vigilar el uso del catalán en los comercios, entre los inmigrantes, en las escuelas donde nuestros hijos se harán mayores. Qué remedio. A estos dinamizadores –el neologismo es basura neumática- se añadirá la creación de colonias lingüísticas, excursiones y otras justas al aire libre bajo la admonición monotemática de la lengua. Parece que el escultismo de los boyscouts ha vuelto. Quizá nunca se fue. Kum Ba Yah cantaba Joan Baez. No recuerdo la letra.
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