Justo Serna, en sus archivos, está tratando el tema Padre e Hijos. Como es una discusión interesante y a la vez compleja, con ramificaciones taurinas y literarias, copio y pego -aquí- mi opinión -ligera- sobre el asunto:
Losa y raíz, piedra y fundación... Por supuesto. Estoy de acuerdo con esas definiciones. Con todo, hablar sobre el Padre –en realidad sobre los padres, es decir el padre y la madre, al margen de sus géneros pero no de sus sexos- implica hablar también de esa metáfora doméstica o semental o heredada o étnica o biológica o espiritual y de algo más, de algo que se nos escapa; es hablar de un misterio -el otro más próximo y ajeno- y también de una jerarquía que se rompe en cuanto la sabemos analizar como si fuera –lo es- una simple eyaculación mental -a imagen y semejanza- del creador que somos todos (quizás, los que tenemos hijos, un poco más, pero no mucho ¿Se me nota la risa? )
Me da a veces. No obstante no necesito creerme ni una sola línea del guión filosófico-social de mayor referencia si no concierne a mis propias experiencias. A mi padre quise matarlo en su momento hasta que maduré –o no- un poquito y me apercibí de que ser algo así como la prolongación de otro no es ninguna limitación, ninguna atadura, ningún freno a la libertad personal. Al contrario. Saberlo me dio alas. Lástima que, poco después, se me muriera de verdad y no tuviera tiempo de explicarle tantas cosas como me dejé en el tintero... En fin. Aquí el silencio es dolor.
Con respecto al guión de referencia que citaba antes -es decir, la liturgia de Edipo o las digresiones extrapoladas de Freud e introducidas, luego, y por ejemplo, pero no de manera única, aunque sea muy ilustrativa, en el ruedo de un coso taurino como en la vida familiar de cada uno- me basta y me sobra con observar ese movimiento, tan etéreo como insubstancial, como si fuera la escenificación de nuestras mejores per-versiones.
¿Matar al padre? Eso es, con perdón, un tópico, una imbecilidad o una redundancia. Una coletilla muy literaria pero muy poco letrada. La liberación sucede –o no- al margen de esa dialéctica. En sus afueras. Lo matamos –qué coño vamos a matarlo- porque se muere, como nosotros, pero con mayor rapidez y ese dolor –ahora nuestro, no suyo- nos sobrecoge.
Me da a veces. No obstante no necesito creerme ni una sola línea del guión filosófico-social de mayor referencia si no concierne a mis propias experiencias. A mi padre quise matarlo en su momento hasta que maduré –o no- un poquito y me apercibí de que ser algo así como la prolongación de otro no es ninguna limitación, ninguna atadura, ningún freno a la libertad personal. Al contrario. Saberlo me dio alas. Lástima que, poco después, se me muriera de verdad y no tuviera tiempo de explicarle tantas cosas como me dejé en el tintero... En fin. Aquí el silencio es dolor.
Con respecto al guión de referencia que citaba antes -es decir, la liturgia de Edipo o las digresiones extrapoladas de Freud e introducidas, luego, y por ejemplo, pero no de manera única, aunque sea muy ilustrativa, en el ruedo de un coso taurino como en la vida familiar de cada uno- me basta y me sobra con observar ese movimiento, tan etéreo como insubstancial, como si fuera la escenificación de nuestras mejores per-versiones.
¿Matar al padre? Eso es, con perdón, un tópico, una imbecilidad o una redundancia. Una coletilla muy literaria pero muy poco letrada. La liberación sucede –o no- al margen de esa dialéctica. En sus afueras. Lo matamos –qué coño vamos a matarlo- porque se muere, como nosotros, pero con mayor rapidez y ese dolor –ahora nuestro, no suyo- nos sobrecoge.
Etiquetas: Creación, Literatura, Varios
2 Comments:
En el entrecejo tengo una marca leve. Es una línea frágil, transversal e incipiente.
Y no mengua.
Mi padre la tiene muy marcada.
Han coincidido varias cosas: el tiempo, la marca y la aceptación. Me temo que para cuando la tenga muy marcada parecerá una contraseña.
Me parece que ya has conseguido descifrarla:-)
Saludos
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