la psicología del oráculo
La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Cree que Baleares saldrá de la crisis antes que otras comunidades como ha vaticinado Antich?
No. Los profetas son gente extraña y sus profecías y cábalas, un arma de doble de filo donde se mezclan la metralla gramatical, la invocación esotérica y la pólvora contable de forma caótica; una balanza dadaísta con el fiel enloquecido y desquiciado que suele esconder en sus platillos -ingrávidos y sutiles- un tanto por ciento de realidad y otro de deseo. Imposible averiguar el porcentaje exacto, ni su volumen efectivo, salvo poniéndose a cubierto y dejando -qué remedio- que transcurra el tiempo y las aguas retomen, o no, su lugar de costumbre o, quizá, otro parecido. El que sea. Al final, cualquiera habrá de valernos, nos guste o no.
Ese tránsito, ese vaivén y ese oleaje nos dirán, obviamente cuando ya sea tarde -y quizás este pacto de gobierno ya no exista, si es que ha existido alguna vez más allá del reparto de cargos y los usufructos lingüísticos- si el naufragio ha sido total, si fuimos pasto de los piratas y los tiburones (o de los Servicios Secretos de Inteligencia y su tan secreta, como hilarante, inteligencia) o si, pese a todo, y aún con la resaca y los harapos a cuestas, podemos recomponer el paisaje y cerrar el capítulo de la crisis (que eso significa crisis, capítulo) y resulta que sí, que hay vida después de o más allá o quién sabe dónde. Hay vida donde uno quiere que la haya y lo demás son sólo excusas o algo peor, proyecciones metafísicas de economistas -pongamos que como Carles Manera- siempre en ascuas y siempre sin querer quemarse. Faltaría más.
Francesc Antich, por lo tanto, nos dice lo que tiene que decir. Nos da una palmadita en la espalda sin saber -ni por vecindad- si padecemos de lumbago, de artrosis o de alguna malformación antigua derivada de la sumisión propia del sector turístico, ese servicio a la parte ociosa de la humanidad, que consiste en doblar el espinazo y extender, discretamente, la palma de la mano. No es extraño, pues, que a la clase política los dedos se les antojen huéspedes y estos habiten, ahora, bajo la suspicacia de los tribunales a la espera del desahucio, mientras en nuestros bolsillos sólo florece -si florece- alguna que otra mísera propina. Con todo, y diga lo que diga Antich, seguro que sí salimos de la crisis, aunque sólo sea para caer en otra. Así llevamos desde el principio de los tiempos y así seguiremos hasta que los jinetes del Apocalipsis decidan lo contrario. Ellos, no Antich.
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