El preso número nueve
La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Cree que el diputado Vicens debe ingresar en prisión tras ser condenado a 4 años y medio por el TSJB?
Sí. Una prisión debe ser un lugar inhóspito, con angostas celosías reñidas con la luz y el aire ruidoso de la calle, un laberinto de pasadizos húmedos y camastros de lona vieja y aturdida, un enjambre de argollas y rejas, un columpio entre la vida y la muerte donde la esperanza -ese hermoso sarpullido- va menguando mes a mes y día a día: no hay forma -no, al menos, con los nudillos débiles y las manos blancas, tan blancas, de un tahúr de la política- de taladrar las pesadas puertas del acero, de apaciguar el silencio del plomo y de acallar, siquiera un instante, el chirrido perenne del tiempo desvaneciéndose, dolido y desencantado, como por ensalmo. Debe ser, pues, algo así como una estancia en el limbo, la conjetura insufrible de una existencia aplazada durante los años de la condena y un día más, ese día eterno que no acaba de amanecer nunca.
Pero quizá no sea nada de eso, sino todo lo contrario, y la compañía sea grata y la comida ecológica y las vistas agradables y el lecho cómodo y haya, tal vez, una silla y una mesa -con un ordenador más o menos sostenible- donde escribir las memorias y preparar el regreso, la vuelta y, desde luego, la venganza, el aquí estoy de nuevo, no tan joven, cierto, pero más sabio y rico en experiencias, más experto en mezclar verdades y mentiras, más furioso y, al fin, del todo tranquilo. En definitiva, mucho más temible.
No sé cuál de estas dos cárceles subjetivas -y espasmódicas- es la que se encontraría Bartomeu Vicens si la condena del Tribunal Superior de Justicia -el día después, ya es casualidad, o no, de rendir su disputado voto a los sacrosantos Presupuestos de la Comunidad para el año próximo- se llevara a efecto de forma inmediata... pero no hay peligro. O eso parece. Seguro que el equipo jurídico -y médico, si fuera preciso- habitual tendrá, todavía, algún farol en la manga, algún as pintarrajeado con el maquillaje de otros, sus cómplices, sus amables, hipócritas socios en esa especie de cosa nuestra -tan nuestra, pero tan suya, ella- que es UM y todos los que alguna vez han pactado con ellos, con su musa de grava refulgente y pieles, su aviador con la sonrisa electrocutada y su largo catálogo de ilustres conocidos y desconocidos. No sé si algún día conoceremos todos sus nombres. O, al menos, su número identificativo en el sucesivo fotomatón de la repleta celda número nueve. Que así sea.
Etiquetas: Artículos
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