En huelga de hambre
La Telaraña en El Mundo.
No es una metáfora. Tampoco una exageración. Salgo al Pasaje de la calle Olmos y me doy de bruces con la Realidad (no con toda, que ese choque no tendría dimensión humana sino metafísica, sino sólo con el rostro más obsceno de un Estado que presume ser el del Bienestar y no, no acaba de serlo).
Me encuentro con Antonio y Pedro, con la exhibición de sus viejos recortes de periódico, que ya parecen esquelas, la fotocopia de sus denuncias sin más respuesta oficial que el desprecio, su peana de cartón anunciando una huelga de hambre -indefinida, me dicen- y su larga historia de fracasos sucesivos. Sólo sigue intacta su voluntad, pese a todo y todos, de conseguir un trabajo digno. No debiera ser un imposible, pero quizá lo sea.
La pobreza tiene sus grados, su estética a hambre, temblor y desasosiego, su perfil en ruinas y sus infinitas circunstancias, pero tiene, también, su propia dignidad, acaso más desesperada y confusa en tanto que auténtica, aunque eso no parezca importarle a Asuntos Sociales -ese hospicio huérfano de servicios en que se ha convertido la ciudad de Palma- y Grosske prefiera seguir dibujando sus apacibles acuarelas a base de promesas incumplidas y llenarse, de paso, la boca -en su blog, Karl Marx mediante- de futuros centros de día, de residencias para mayores, de consejos de barrio y de gorrillas a sueldo. Algunos políticos sí que son auténticos gorrillas a sueldo.
Etiquetas: Artículos
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