Amebiasis parasitaria
La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Hace bien el Govern en subir en secreto el salario a los médicos?
Sí. Aunque al monstruo enorme de la Administración le crezcan las garras y los apéndices, los departamentos, las asesorías y las caries -todo al unísono y de forma desordenada: quizá como a la Razón las pesadillas-, lo cierto es que hoy le daré al Govern la enhorabuena por abandonar, deliberadamente, las sendas de la legalidad y la transparencia, y subir, aunque sea entre el aire secreto y la bruma seductora de lo clandestino, el sueldo (o los complementos horarios) a los médicos de la Sanidad Pública. Bien hecho, Antich. Bravo.
Me da igual si la cajera de la ventanilla de Hacienda o Urbanismo (es una metáfora, porque nunca piso esos antros góticos donde se afilan, barrunto, los colmillos a nuestra costa) me atiende con el gesto aterido, crispado y gélido. Tampoco me importa si la legión infame de comisarios lingüísticos, la de dinamizadores culturales y las secciones étnicas del renqueante espíritu nacional -ya sea la falange memorialista, los restauradores ciclotímicos de la historia o los guías ortodoxos de la sinfonía, esa aria mutante, de la pureza democrática del paisaje urbano, entre otros grupos de variado pelaje y tronío- hacen cola, firme el paso y muy prietas, marciales, las filas, en un amplio, cómodo y acondicionado frigorífico a la espera de tiempos mejores. Ellos pueden esperar. O eso creo. Que esperen.
Lo que no concibo es arrastrarme a un dispensario con mi salud en juego (y mi espíritu en precario) y encontrarme a un médico afligido por el estrés infinito de unas interminables horas de guardia con un sueldo poco menos que imaginario. Lo necesito despierto. Tranquilo, poroso y, hasta donde sea posible, feliz con su trabajo y confiado de que se le valora como cree merecer. No necesito ni que hable catalán. Un coste, un dispendio, un derroche menos. En realidad, no necesito ni que hable. Me basta con que ausculte, extirpe, zurza, palpe, recete, diagnostique y cure, al menos hasta donde pueda y un poco más allá, que siempre nos ronda la posibilidad de algún milagro si no nos cegamos por unos euros de más o de menos, en esta espiral enloquecida donde todo parece resumirse en atender gastos inútiles y obviar los imprescindibles. No debería ser preciso tener que explicarle esto a una Administración -a la nuestra como a otra cualquiera- si no sospechásemos de su amebiasis parasitaria. Pero si no la sufren, que lo demuestren.
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