LA TELARAÑA: la maldición de Midas

sábado, marzo 13

la maldición de Midas

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Cree que la Justicia debe investigar el origen de la fortuna de Maria Antònia Munar?



Sí. Y a fondo, con lupa y telescopio, con bisturí y taladro, con unas de esas enormes pantallas cuadrafónicas con las que (como si estuviéramos de regreso al claustro materno bajo los ojos asombrados del primer sexo) nos van a desnudar en los aeropuertos y en la dolorosa intimidad de las salas de estar, en el calor de los dormitorios, en la hermética frialdad de los aseos y hasta bajo la cúpula o cópula de las sábanas (a poco que nos descuidemos), con los rayos equis de las tres dimensiones del espacio y más aún, con la perspectiva reveladora de la otra dimensión, quizá la cuarta o quinta o sexta, quién puede saberlo, que es el tiempo, o así lo llamamos, ese misterio que nunca se detiene ni nos espera, ese balance abisal, ese dígito prodigioso que no deja de crecer -o, al menos, eso parece en el caso de María Antonia Munar- de forma caótica, conflictiva, oblicua y aterradora, como empujada y atraída, poseída, por una danza invisible que sólo responde al compás furioso de los vientos favorables en los negocios o en las componendas, en su voluntad de opacidad y usura, su trama selecta y familiar, su pulsión, su derrame torrencial de monedas y metales y joyas y cargos y distinciones y propiedades y nada. Ni siquiera vergüenza.

Pero el ojo clínico de los jueces no es tan avispado ni suspicaz, tan telúrico ni exacto, tan minucioso, como para adentrarse en uno de los enigmas motrices de la naturaleza humana. Tampoco es esa su función. Habría que retroceder hasta los fósiles de Atapuerca para escrutar en sus estrías el hilo evolutivo del hombre, su lucha por sobrevivir entre las fieras, su pasión por la luz y las sombras, su angustia, su ambición, su terror o su deseo. Habría que recorrer metáforas antiguas -el árbol del conocimiento del bien y el mal, la hégira perpetua a través de los desiertos de la ignorancia y el destierro de Babel, por ejemplo- para afrontar, con mirada ecuánime, el instante actual, su decadencia, su respiración y ritmo, su perversa constitución sin más cimientos que los del vacío.

De todo esto Munar no sabe ni la mitad. O sí, pero no creo que le interese profundizar en el tema. Su maldición, como la del bíblico Rey Midas, hace que todo lo que toque -y ha tocado muchas cosas desde que se inició en política- se vuelva de oro, en efecto, pero tanto resplandor sólo puede conducir, finalmente, a la inutilidad y a la ceguera.

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