LA TELARAÑA: Los hangares vacíos

viernes, octubre 22

Los hangares vacíos

La Telaraña en El Mundo.


Me siento en la terraza de un bar. Cae la tarde y los últimos rayos del sol me ciegan. Cierro los ojos y pienso -aunque no, quizá, en ese orden- en un cocodrilo inerte, una mujer en bikini (como un reloj de Dalí sobre la pulpa roja de una sandía) y en Bibiana Aído. Abro los ojos. Ya no la veo, pero igual está agazapada tras la irresistible ascensión de Leire Pajín. Me temo lo peor y cierro los ojos. Se me aparecen el Árbol de Teneré, la arena negra de una playa o un volcán, y el paraje en llamas del destino. O así. Al abrir los ojos ya estoy en mi escritorio.

Deshago la pila de libros que me envió, desde Brasil, Fernando Fiorese y leo unas líneas de su «Aconselho-te crueldade». Me parecen magníficas, pero tendré que pasárselas a Perfecto Cuadrado, para que las traduzca del portugués. Algunos giros se me escapan y, sin embargo, no deja de asombrarme el milagro repetido de que alguien me confíe sus obras más allá de la abrumadora distancia y la incomprensión lingüística.

Pero ahora debo planear un viaje. Rebusco, sin éxito, algún vuelo directo hacia aún no sé dónde. El aeropuerto de Palma ya no es el que era. Desaparecieron varias compañías aéreas y la isla amanece, cada día, peor comunicada. Puede que, para cuando el Govern reaccione, ya ni figure en los mapas y sea algo así como el Árbol de Teneré, un lugar al que viajo muchísimo, porque tan sólo unos pocos sabemos de su existencia.

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