LA TELARAÑA: Medianoche en Palma

jueves, agosto 4

Medianoche en Palma

La Telaraña en El Mundo.

La última película de Woody Allen me ha devuelto al frío polar, a la sonoridad ruidosa y a las estrecheces de los multicines. Esos cines mutilados y, aun así, semivacíos. Vale. Me ha transportado a la medianoche de París -esa ciudad que revisito cada pocos años- y a las turbadoras presencias de Hemingway, Cole Porter, Picasso, Matisse, Buñuel, Dalí, Lautrec o Gauguin, entre otros, a través del mejor guión de Allen, desde hace algunos lustros. No está nada mal ni es poco, pero no sé si justifica la molestia de no ser dueños ni del espacio ni del tiempo. Quizá por eso suelo ver el cine en casa y añorar las pocas salas que, en Palma, merecieron tal nombre.
El Cine Borne, por ejemplo, o los antiguos Augusta y Rívoli. Las sesiones de arte y ensayo del Rialto. O aquel cine Moderno de la calle Fábrica donde, de niño, me perdí entre sus butacas de madera y las sombras de la selva de King Kong, gracias a los ojos y a los labios imposibles de Fay Wray. Vivir para ver. O viceversa.
Se me ocurre, ahora, bucear en la medianoche de Palma; en la actual y en la de mis recuerdos. Sé que la asfixia se ha ido recrudeciendo con los años, pero, aun así, hubo suficientes pasajes de noche y cielo enormes, de pensamientos recorriendo las plazas y los bares. Gomila, Atarazanas, el Bosch cuando apenas sí tenía terraza. O el último baile en el Índigo. Todo eso ya no existe. O soy yo el que ya no lo encuentra.

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