LA TELARAÑA: «Easy Rider»

sábado, marzo 31

«Easy Rider»

La respuesta al debate de los sábado en El Mundo: ¿Hay que endurecer el código de circulación para evitar el atropello de ciclistas?


No. Pero es que, además, no sé muy bien en qué puede consistir eso de endurecer el código de circulación. ¿En ponerle más señales de tráfico a las rotondas, más carteles luminosos a las encrucijadas, más cascabeles coercitivos a los arcenes, más asfalto y menos grava adulterada a las autovías de Munar? ¿No será, entonces, que hablamos de las posibles aplicaciones del código penal, de aumentar la dureza de las penas por esto u aquello, de ordenar el caótico baremo de las multas por infracciones, de apostar por el incremento exponencial de los controles, los radares de velocidad, las cámaras de vigilancia? Muy pronto, si siguiésemos esta tesis, las carreteras serán como inmensas cárceles rodadas y rodantes, en las que uno sabe -si lo recuerda- cómo se entra, pero de las que cuesta horrores salir. Si se sale.
Tiene la realidad sus peajes, eso es cierto, pero nunca me pareció que cambiarle el traje a rayas o hasta pulirle los grilletes pudiera devolvérnosla más presentable o higiénica, mejor o más justa. La jungla del asfalto nace en nuestras mentes como una huida hacia no se sabe dónde, como un viaje y un tránsito obligados, como un pasatiempo -una azarosa «road movie»- donde nos vamos dejando la piel y la carrocería, las llantas, el aceite y hasta la gasolina de la sangre a poco que nos vengan mal dadas. Y de vez en cuando, en efecto, nos vienen peor que muy mal dadas, pero no es normal ni corriente, a dios gracias, que alguien se coja el coche K, se abreve lo que no está en los escritos y arramble con todos los ciclistas que se encuentre en su particular y deleznable noche de furia. No suele suceder casi nunca pero, para cuando sucede, ya tiene la ley sus cauces habituales para que al infractor se le caigan hasta las pestañas. O eso creo. O eso pienso. O eso deseo.
Lo que falta, si acaso, es civismo vial. Eso, y que los ciclistas tengan su propio carril exclusivo en el entramado general de todos los caminos, para poder recorrer, así, a su aire y con la máxima seguridad, la isla entera y no tener que andar metiéndose por donde los coches brincan, resbalan o vuelan y los camiones aúllan y un temblor de vértigo y una brisa de niebla helada se los puede llevar, sin ni darse cuenta, al otro mundo. Y es mal sitio ese otro mundo, cuando lo que uno pretende es disfrutar de las pocas buenas vistas que le van quedando a este.


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