LA TELARAÑA: Gasolina por sangre

sábado, marzo 3

Gasolina por sangre

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que es justificable aplicar el céntimo sanitario para combatir el déficit fiscal?

Sí. Parece que, si se cumplen los augurios -que siempre suelen cumplirse, sobre todo si no son buenos-, la gasolina nos va a costar todavía algo más de sangre; y viceversa. Cada kilómetro entre nubes de humo y estupor recauchutado, radares ocultos, adelantamientos y sonoros bocinazos -por no hablar de la ristra diaria de fallecidos, accidentados y demás víctimas colaterales- nos va a servir, nos dicen, para que sigan goteando, siquiera una gota más, las parsimoniosas bolsas del suero, para que no se apague del todo la parpadeante luz de los quirófanos, para que el patio abarrotado de las listas de espera escampe un algo o, quizá, un mucho, y a los pacientes no los solucione -o finiquite- el inexorable paso del tiempo, la desidia, la infección o el desahucio final, sino la fría disección del bisturí y la ciencia, el urgente remiendo de los servicios sanitarios.
El tema, no obstante, es más prosaico que otra cosa. Hay un déficit que enjugar o enjuagar -como si unos dientes postizos- y unos cajones repletos de facturas que ni se sabe de dónde vienen. O sí que se sabe, pero qué más da. Aquí los políticos son irresponsables del balance de su gestión y así nos va. Mal. Muy mal. O pésimo. Otro gallo nos cantaría si, cuando tocasen a rebato, las cuentas hubieran de estar claras y el debe y el haber fueran, en fin, la misma cosa. No es pedir mucho pero, por lo visto, sí que lo es. ¿Hasta cuándo?
Pero pasa, también, que no nos gustan nada los impuestos y que nos cabrea mucho que, como de costumbre, paguen siempre justos por pecadores y que el despilfarro de unos pocos -o no tan pocos, porque eran y son legión- lo tengamos que pagar los ciudadanos de a pie. O de a coche, si es que aún no nos lo han embargado o nos queda algún punto en el carné de conducir. Claro que a todo se acostumbra uno y un transvase, aparentemente ético, desde la gasolinera al hospital merece, quizá, si no nuestro aplauso más entusiasta, sí, al menos, nuestra más que resignada comprensión. Así las cosas, voy y me aprieto el cinturón una muesca más -otra- y aunque casi ya ni respiro, no pienso quitarle el ojo a ese céntimo milagroso, para que vaya donde ha de ir y no nos lo distraigan o sisen o confundan en algún parpadeo, que ya se sabe que la mano es más rápida que el ojo y que la época de los juegos malabares debiera haber pasado y, además, para siempre. No sé yo.

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