Los límites de la cordura
La Telaraña en El Mundo.
Podemos ojear el mismo horizonte y no caer atrapados por el mismo paisaje. Donde unos ven exuberancia, otros pueden ver desolación. Y la alegría o el resquemor no siempre andan de la mano, sino de gresca por entre los andenes gélidos de la soledad y el desencuentro. Pero no pasa nada. También se puede estar muy a gusto en los lugares sombríos y, acaso, hostiles, donde no brilla jamás la luna sino, tan sólo, el filo cariado de las navajas o la pupila prendida de las miradas que se atraviesan, como en un alud de espejos, sin querer verse ni entenderse, sin ser capaces de nada más que intentar, sin éxito, destruirse. O destruirnos.
Pero no hay mayor problema. Todos somos distintos y, a la
vez, bastante parecidos. Danzamos sobre el mismo telón de fondo y jugamos con
las sombras chinescas que somos. O quisiéramos ser. Todos hacemos añicos el
mundo y lo reconstruimos a diario, de continuo, con cada palabra con que lo
nombramos, con cada metáfora con que revelamos el paraíso -o el refugio- de
nuestros sueños. Es una lucha muy solitaria y desigual, esa.
Otra cosa, muy distinta, son los agitadores profesionales.
Para ellos el mundo es algo muy reducido y maniqueo. Una amputación. Un engaño.
Le acabo de releer a Lorenzo Bravo
su ferviente apoyo a las algaradas y ocupaciones callejeras. Puede que
dieciocho años viviendo de las subvenciones públicas, como secretario general
de UGT-Baleares, superen los límites de la cordura humana. Pero no, por
supuesto, los de mi asombro. Bravo, Lorenzo!
Etiquetas: Artículos
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