El horror del aquelarre
La Telaraña en El Mundo.
Parece que las horas bajan cargadas de siniestros, debacles
y éxodos anunciados. No, no me refiero a las apocalípticas tesis del más
desastroso Nobel de la historia, Paul
Krugman -que, por vender sus libros, quiere lacerarnos con su anacrónico
vía crucis-, sino a la certeza de que aunque el cielo esté repleto de malos
augurios, es en la tierra -y en el día a día- donde se decide si las plagas
bíblicas y el horror del aquelarre preceden, o no, a la catástrofe. O al
naufragio.
Así, por ejemplo, nuestro «Titanic» particular, Maria Antònia Munar, empieza a
escorarse y romper aguas, a hundirse, diríamos, si no tocara ya fondo en el
lodazal más profundo; y a desaparecer entre las rejas de la cárcel, si no
viviera, de hecho, enjaulada en su propia red de mentiras, corrupción y
traiciones. El desolador paisaje de las gélidas y aceradas mazmorras donde todo
lo humano, hasta los sentimientos, carece de sentido.
Ni el 15-M es lo que era. Su entusiasmo cívico y asambleísta
cedió al tedio o, quizá, a la náusea. Será que las teorías sobre la educación
incidental o el mítico regreso a la «polis» griega, de autores como Paul Goodman o Iván Illich, ya poco les importan porque son, a estas alturas del
fracaso colectivo, realidades aceptadas y asumidas por el Sistema. Es lo que
tienen las viejas utopías reactivas. Su parte negativa siempre se acaba
cumpliendo. Pues sí.
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